El magisterio de Ponce ninguneado por el palco

Enrique Ponce demostró ayer sobre el albero del coso de la Ribera por qué lleva un cuarto de siglo ostentando el cetro del toreo, mas el palco le trató con displicencia, negándole los trofeos que en justicia merecía.

Desplegó su Tauromaquia sin ambages, plena de elegancia y sentimiento, dibujando el natural con hondura y toreando en redondo encajado, con aromas a azahar y música de orquesta sinfónica.

Solemnizó la lidia jugando con los tiempos, las posturas, las expresiones faciales y el modo en que llegaba y salía del toro, con el rigor propio de un consumado especialista.

Se adornó en los pases de remate y dejó para la memoria la poncina, pase de su invención, ajeno al clasicismo, que tanto gusta a los públicos y sirve de colofón a sus faenas más artísticas.

Podrá decirse, con razón, que los toros no eran un dechado de casta y que sus fuerzas eran las justas para soportar la lidia, lo que relativiza el triunfo, más la emoción que inundó los tendidos ayer en Logroño, y el espectáculo que ofreció el torero valenciano serán, posiblemente, memorables durante muchos años.

Ponce, con su paso breve y su muñeca rota, construyó dos faenas inteligentes, plenas de suavidad y armonía, trayéndose al toro despacio y vaciando su embestida en el punto en que comenzaba un nuevo pase, con ligazón y dominio que calaron en el ánimo del bondadoso tendido.

Mató con decisión, dejándose ver, encarando la suerte con verdad, y dejó dos estocadas canónicas que rubricaron con letra firme sus dos sólidas actuaciones.

Habrá de saber qué razones encontró el presidente de la corrida, señor González González, para limitar el premio a una oreja por turno, mas en el ambiente flotaba el malestar de la injusticia, y la sensación de que con ese criterio será difícil que vuelva a verse a un torero franquear la puerta grande del coso logroñés.

Sus compañeros de terna estuvieron decididos y voluntariosos. El Cid, que volvía tras el éxito obtenido dos días atrás con Planteadito, toro de Victorino indultado tras su trasteo, mostró buena disposición, y en su primer toro, maneras del torero profundo que es, más la estocada defectuosa frustró cualquier atisbo de triunfo.

Miguel Ángel Perera ensayó una vez más su toreo trigonométrico, e hizo pivotar a sus toros alrededor de su figura poderosa, mas la debilidad de sus oponentes y su falta de celo impidieron que la mecha de la pasión prendiera en los tendidos.

La función finalizó con los tres toreros saliendo a pie por la puerta de cuadrillas, si bien uno de ellos hizo méritos para haberlo hecho izado sobre los hombros de la afición. El señor presidente ha puesto el tan alto el listón del triunfo que algunos aficionados pedían ya abiertamente su dimisión. Es la eterna polémica de la Fiesta, en la que casi todo es opinable.

 

Reseña:

 

Coso de la Ribera de Logroño, diecinueve de septiembre de 2016, más de media plaza en tarde agradable.

Toros de El Pilar, desiguales de hechuras, todos en pelos rojos, salvo el segundo sustituido, que era negro. Nobles, con la casta al límite de lo admisible y justos de fuerzas.

 

Enrique Ponce, de purísima y oro: Estocada (oreja); Estocada (oreja y dos clamorosas vueltas al ruedo)

 

El Cid, de nazareno y oro: Estocada trasera y un golpe de descabello (ovación y saludos); Ocho pinchazos y estocada caída (silencio tras aviso)

 

Miguel Ángel Perera, de tabaco y oro: Pinchazo hondo y bajonazo (silencio tras aviso); Casi media, estocada trasera y un golpe de descabello (silencio)

 

Incidencias: El público solicitó con insistencia mayores trofeos para Enrique Ponce y abroncó duramente a la presidencia.

 

 

Javier Bustamante

para Toro Cultura

 

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