Impecable escenificación de El Fandi

El Fandi realizó ayer en el pabellón multiusos vitoriano una demostración memorable del arte de la interpretación.

Cierto es que el libreto no se ajustaba a los cánones clásicos del arte, pero ello no fue óbice para que las dotes de este consagrado artista rayaran a una gran altura, y el público se lo reconociera, aclamándole y concediéndole un trofeo.

Los primeros actos fueron iniciados con valentía, largas cambiadas en el tercio plenas de valor y una también de ajuste, verónicas de rodillas y remates airosos a una mano. Ensayó también la chicuelina como recurso, y vistosos recortes con el capote al aire describiendo círculos y espirales inverosímiles, en la suerte de la lopecina. Banderillas en mano exhibió si ambages sus dotes atléticas, clavando de casi todas la maneras posibles, y parando los toros a la carrera en claro derroche de facultades. En el tercio de muerte pasó a sus toros de pié y de rodillas, al natural y en redondo, con molinetes, martinetes y cuantas suertes pueden imaginarse, pues El Fandi es un diestro generoso en el ámbito de lo cuantitativo. El ajuste, el temple y la inspiración no vienen en el libreto, y por eso no ha lugar a mayor reflexión.

Sin embargo el diestro granadino marca diferencias con el resto del escalafón por su perfil de intérprete, manejando la expresión facial, la gestualidad, la ubicación en el escenario y los tiempos como ningún otro matador.

Si tiene que clavar un par, mira sonriente a la grada y le insufla ánimos como si fueran los espectadores quienes tuvieran que banderillear. Si, finalizada la faena de muleta, el público pide trofeos, El Fandi permanece en el ruedo a la vista de todos con gesto de ansiedad por el triunfo que se escapa. Si la segunda oreja no es finalmente concedida, El Fandi se sienta en el estribo, tapa su rostro desconsolado con un toalla, ensaya el llanto y da la vuelta al ruedo con un apéndice en la mano y ojos de novia contrariada. Si a la hora de matar deja un espantoso metisaca en el costillar, El Fandi arroja es estoque al albero y se retira prudente de la escena un segundo antes de que el toro ruede sin puntilla. Si parte del público le recrimina la alevosa puñalada, El Fandi se tapa en el callejón, y cuando las palmas doblegan a los pitos, sale a saludar cabizbajo con gesto contrito.

Sus ayer compañeros de terna no disfrutan de tal perfil dramático, si bien tampoco venían sobrados de libreto. Paquirri tomó precauciones ante su toros, dibujó algún pase despacioso con leve aroma de toreo clásico, mas la lidia se diluyó ante la pertinaz falta de clase de sus antagonistas. Castella irguió la figura en pases cambiados en el platillo, ligó en espacios inverosímiles, pasó cerca de su espigado perfil y magnetizó con su mirada azul la insulsa embestida de sus dos toros.

El perfil melodramático de El Fandi, poco común en la grey de coletudos, facilita el triunfo en plazas bondadosas, si bien no contribuye a recrear el arte para el que fuimos ayer convocados, que es el arte eterno de lidiar toros bravos en plaza.

 

Reseña:

 

Multiusos de Vitoria, seis de agosto de 2015, menos de media entrada en tarde calurosa.

Toros de Luis Algarra, flojos y descastados.

Paquirri: Palmas. Oreja.

El Fandi: Oreja. Ovación.

Castella: Silencio. Aplausos con aviso.

 

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