Miguel Reta: en busca de la Casta perdida.

Desde que Mari, divinidad mitológica vasca precristiana, ordenó a los Betizu, toros rojizos y violentos, vigilar y proteger las cuevas donde vivía, hasta que Miguel Reta decidió restaurar la casta navarra, han transcurrido treinta siglos de apasionantes y diversas tauromaquias.

En el lento devenir de los siglos se distinguen tres fases perfectamente diferenciadas, que son el espectro temporal de esta fenomenal epopeya: fase primigenia, fase divergente y la fase convergente de Miguel Reta.

Fase primigenia.

Las viejas vacas rojas han vivido en semilibertad a ambos lados del Pirineo Occidental desde tiempo inmemorial, y se han preservado en su pureza por su exiguo valor comercial, ya que su carne es breve y enjuta y su leche escasa, al servicio del único ternero que pueden engendrar cada dos años.

No es difícil imaginar, viendo el escarpado terreno de los Valles del Roncal, Salazar, Erro o Arce, la variedad de recursos naturales de que han dispuesto los Betizu para mantenerse a cubierto engrandeciendo su mito, y por ese mismo motivo el celo de los audaces jóvenes navarros en divisarlas y burlar su áspera embestida para mostrar su destreza.

El prestigio de estas suertes primarias, basadas en el arrojo y en la fortaleza física, es tan notable que ya en 1122 se corren y lidian toros de este origen en Pamplona con gran éxito de participación popular.

La historia de esta estirpe es larga y fructífera, y algún estigma de bravura debió ver en estas reses primitivas Juan Gris en el siglo XIV para lidiarlas en Olite en plaza, lo mismo que haría Hernán Cortés siglo y medio después, exportando a México reses navarras para fundar la ganadería más antigua de la historia: Atenco, una leyenda con sangre brava.

Fase divergente.

Agustín Ximenez Enriquez funda en 1630 la primera empresa organizada para la cría de toros de casta navarra, continuada por su hijo quien la transfiere al Marqués de Santacara a finales del siglo XVII, considerado por muchos el patriarca del encaste.

A partir de este momento comienza la entropía: intercambios de reses, compraventa, refrescamientos, cruces con encastes castellanos y andaluces, mejoras y tientas que desembocan, bien entrado el siglo XIX, en seis hierros míticos en la historia de la tauromaquia: Carriquiri, Zalduendo, Guendulain, Lizaso, Lecumberri y Pérez-Laborda, que tantas tardes de gloria y tragedia dieron en las plazas de España, Francia y América.

La leyenda que pronto se granjeó la vacada bermeja hizo que Lagartijo y Frascuelo, remisos a ver de cerca sus cuernos cortos y veletos, accedieran a su lidia sólo en circunstancias excepcionales y que Joselito y Belmonte rehusaran enfrentarse a ellos hasta la obstinación. Son toros venerados por una buena parte de la afición, y respetados por los toreros con atisbos de admiración mal disimulados, como el regalo que el mismo Lagartijo hizo a Miura a finales del XIX: Murciélago, un semental de Pérez-Laborda de sangre navarra que aún corre, aunque muy diluida, por las venas de la mítica vacada de Zahariche.

Paralelamente el auge de otros encastes manos fieros y de mayor plaza, como el de Vistahermosa, va relegando a los picantes toros rojos a un segundo plano, hasta que en los años setenta del pasado siglo se extinguen oficialmente, como admiten los tratadistas Cossio (1943-1976), Filiberto Mira (1987) y Delgado de la Cámara (2003), si bien este último vislumbra en las manadas de Adolfo Lahuerta y Vicente Domínguez algunos ejemplares que atienden bien al fenotipo de la casta navarra.

Las siguientes cuatro décadas son para los fieros toros navarros un periodo de hibernación casi clandestina. Condenados al ostracismo por matadores y empresarios, sobreviven en condiciones de gran precariedad dedicados a los encierros y concursos de recortadores, rodeados de incógnitas y un cierto obscurantismo mágico sobre su pureza de sangre, sin que opere control genético alguno.

Fase convergente de Miguel Reta.

Hasta que en 1997 surge la figura de Miguel Reta, técnico agropecuario, recortador, organizador de festejos populares, pastor en los encierros de Pamplona, cuyo abuelo materno fue tratante de ganado, a quien su madre inculca la afición a la Tauromaquia.

Miguel trabaja en la dirección de Ganadería del Gobierno de Navarra  y recibe decenas de llamadas de ganaderos cuyas reses son diezmadas por la tuberculosis. Estos brotes obligan a sacrificaban toros de hipotético gran valor genético, puesto que son puntas de ganado heredado de padres y de abuelos desperdigados por toda la geografía navarra. Miguel Reta observa la situación y, en su condición de experto genetista, plantea la realización de un estudio riguroso tendente a dilucidar si existe la casta navarra o está definitivamente mestizada con otras reatas. Estudia exhaustivamente la situación, contacta con técnicos y científicos y llega a plantear un proyecto de investigación de los diversos encastes, pero las distintas administraciones otorgan una baja prioridad a este propósito. Después de múltiples tentativas y muchas jornadas de trabajo consigue que el Gobierno Navarro suscriba un acuerdo con otras instituciones francesas y se investigue la raza navarra junto con otros encastes pirenaicos.

Miguel, profundo conocedor de la genética y amante pasional de la tauromaquia, asume el rol de arqueólogo necesario para indagar en la historia y tratar de reconstruir, si aún es posible, el viejo imperio de los fieros toros rojos.

Entrevista a los ganaderos que tenían algo de bravo y nutrían a los festejos populares, recaba información histórica, indaga en los hábitos y costumbres, rastrea intercambios y refrescamientos, escruta escritos seculares y, en última instancia, estudia el genotipo y lo compara con el de cabezas disecadas navarras puras del XIX, entre ellas la de uno de los toros más famosos que se lidió en Zaragoza en 1860, en honor de Isabel II, de nombre «Llavero», que mató diez caballos y tomó 53 varas, fue indultado a petición del público y hoy muestra orgulloso su trapío en el Club Taurino de Pamplona.

Este estudio y los necesarios análisis científicos corroboran lo que era sólo una liviana intuición, desmentida por prestigiosos tratadistas, relegada a la quimera por aficionados y profesionales, y el prodigio se confirma:

Después de 120 años estas ínfimas explotaciones mantienen su entidad genética propia gracias al celo de los ganaderos por mantener su reliquia. Cierto es que experimentan algunas mezclas, pero no ofrecen resultados satisfactorios, así que mantienen sus líneas y refrescan las familias con intercambios entre ellos.

La genética es taxativa: de 15.000 reses bravas que hay en navarra, 1.000 son pura casta navarra. La mayor parte son hembras, dada la tradición de correr vacas en los festejos populares, mientras que los machos se destinan a Levante, de modo que el estado de la cabaña es de 900 hembras y sólo 35 machos puros.

En 1997 Nicolás Aranda, reputado ganadero local, ofrece a Miguel Reta sus vacas, so pena de exiliarlas a Levante, éste acepta el envite y en una fracción de segundo, sin tiempo para el arrepentimiento, se convierte en ganadero, en ganadero de casta navarra.

Pero el trabajo es arduo ya que el tesoro genético está disperso en manos de un total de 16 propietarios distintos, lo que obliga a Miguel Reta a afinar sus dotes diplomáticas para lograr el consenso suficiente y hacerse con las 5 líneas en pureza detectadas, que muestran además evidentes diferencias morfológicas. Sucesivamente adquiere lotes de Nicolás Aranda, Adolfo Lahuerta, José Arriazu, Vicente Domínguez y Ángel Laparte, completando el insólito puzle con un éxito inverosímil. El nuevo ganadero selecciona concienzudamente y crea en 2000 el hierro que lleva el nombre de su hija Alba Reta.

La aparición providencial de un ganadero de reconocimiento mundial, poseedor de uno de los encastes legendarios como es Saltillo, que concede además que sus toros provienen de las verdes praderas de Lesaka, también en Navarra, impulsa el proyecto de Miguel y acelera, en base a una contrastada experiencia, el proceso de recuperación recién iniciado.

Victorino Martín le propone tentar para recuperar, no solo la pureza y diversidad genética, sino también el comportamiento ancestral del toro navarro en plaza, inhibido por la selección seguida en los últimos años, tendente a la lidia con recortadores y a carreras por las calles, que convirtió con el transcurso de las generaciones al toro navarro en un toro correoso, que corre, acosa y jamás humilla.

La empresa es hercúlea, puesto que se tientan más de 600 animales, no ya en la plaza de tientas de La Tejería, finca donde pastan habitualmente, si no en la plaza de toros de Estella, para evitar las fuertes querencias de la manada. Como era de esperar su comportamiento es montaraz, algunos saltan la barrera tras los lidiadores, otros regatean, los más esperan recelosos de las telas, acompañan sus vuelos sin perder la cara e incluso puede observarse algún mordisco.

Tras la procelosa tarea, la selección es estricta y la nueva manada estará integrada por 32 hembras y 4 machos, que serán responsables, aún sin saberlo, del milagro de la recuperación de la casta ancestral de los toros navarros.

En 2010 se produce un nuevo hito en la  hazaña arqueológica de Miguel Reta al comprar un hierro de la Unión, Viento Verde, que era propiedad de los Hermanos Peralta y aportar los 36 ejemplares de la reserva recién constituida.

La casta navarra está de nuevo en la élite ganadera.

Sin embargo el trabajo por hacer es aún arduo y extenuante. Los análisis de la Universidad de Navarra, la Universidad de Zaragoza y la Complutense han detectado niveles de consanguinidad notables entre dos líneas, lo que representa una complicación añadida que requerirá de un importante esfuerzo adicional.

Sin embargo Miguel Reta sigue asumiendo retos, es su carácter y su pasión, como son la integración de puntas de ganado navarro dispersas por Aragón, Valencia y País Vasco, y la más compleja y apasionante: volver a lidiar en plaza toros bravos aptos para la lidia moderna.

Este último objetivo está cifrado por el viejo Victorino de varios decenios, pero Miguel Reta no tiene prisa, sabe que su empresa es a largo plazo, que son necesarias varias generaciones para fijar caracteres y que no debe darse un paso atrás. Pese a tener ofertas procedentes de Francia para lidiar utreros, él respeta su oráculo y prepara a sus reses para un futuro glorioso que comienza ya a atisbar al ver a Alberto Aguilar tentar poderoso y a uno de sus toros acudir cinco vences al caballo de picar y encelarse en el peto.

 

Sabe que su momento llegará cuando el público entienda la diversidad de encastes y las empresas decidan emprender la apasionante aventura de la variedad y la autenticidad.

Mientras llega ese tiempo Miguel y su familia disfrutan de cada instante en el campo porque hacen lo que les apasiona y tienen la narcótica sensación de haber obrado el milagro de recuperar una parte importante del patrimonio genético de la Tauromaquia.
Larga vida para la familia Reta y gloria para los pequeños y encastados toros navarros.

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