toro cultura

Cocherito de Bilbao,

decano de los clubs taurinos

Ciento cuatro son los años que va a cumplir el club Cocherito de Bilbao, años de actividad intensa en pos de la fiesta, y fuerza viva benefactora de los bilbaínos siempre que ha sido necesario.

Su presidente, Enrique Villegas,  nos recibe en su sede de la calle Nueva y nos explica la historia, el presente y el futuro inmediato de esta institución, que entiende la apertura al mundo y la solidaridad con las causas nobles, como el fundamento de su acción social.

No en vano fue declarada en 2012 por el Gobierno Vasco como “Asociación de Utilidad Pública”, distintivo reservado a asociaciones dedicadas “a la consecución del interés general o del bien común realizando de manera significativa los valores de generosidad, altruismo, solidaridad y pluralismo”. Sin embargo, Villegas se apresura a aclarar, con un punto de legítimo orgullo, que la razón de la concesión del premio es “la labor que desarrolla el club en la difusión de la cultura taurina”, algo que en el momento presente tiene un mérito inconmensurable.

Entrar en el Club Cocherito de Bilbao tiene algo de ritual. Atravesar el Arenal bajo el cielo plomizo de la tarde, enfilar la Calle Nueva, avistar la placa identificativa, subir las escaleras que conducen al primer piso en cuyo rellano hay una pintura al fresco inconfundible, escuchar cómo se abre la puerta y penetrar en un universo rejuvenecido por la última remodelación y sin embargo clásico por las alhajas que alberga en sus paredes y vitrinas, es una experiencia puramente emocional.

La sede del taurinismo vizcaíno por antonomasia rezuma aromas de tauromaquias añejas por cada rincón, al tiempo que muestra vitalidad y optimismo para perpetuarse en la memoria y en el tiempo. Cabezas de toro, como la del inolvidable Bono de Palha, de accidentada lidia en agosto de 1991, trajes de torear de legendarias figuras que han pasado por Vista Alegre, como el sublime catafalco y azabache con pedrería grana donado por Curro Romero, y otros de César Rincón, Sebastián Castella, El Juli, Manuel Caballero, Diego Puerta, cuadros, entre ellos un ejemplar de Ignacio Zuloaga, fotos firmadas por Bombita, Bienvenida, Ordóñez, Manolete, retratos de Cástor Juareguibeitia, a cuya advocación se encomienda el club, y una montera que fue de Juan Belmonte, conforman un universo único, colorista y vital.

La pintura ocupa un lugar preeminente en el catálogo de arte del club, y dentro de ella, hay un óleo de Manuel Losada que es ya un icono de la fiesta decimonónica de Bilbao. Representa un suerte de varas en el viejo ruedo de San Antón, observada por lo más granado de la sociedad bilbaína de la época, entre mantillas, parasoles y abanicos que hablan por sí solos.

También García Campos ha dejado su huella indeleble en los salones del club, con lienzos históricos que sirvieron para confeccionar la cartelería de las Corridas Generales en muchas de sus ediciones, eslabones de la larga historia del club y del Bilbao taurino.

En un marco así, la conversación con nuestro anfitrión es fluida y emocionante. Enrique prefiere hablar del presente y, sobre todo, del futuro, pese a la brillante historia del club, porque hay mucho por hacer, especialmente en materia pedagógica, necesaria para que cada vez más personas conozcan los valores del toreo. Para eso organizan coloquios con personalidades de la fiesta, viajes al campo y a la plaza en Europa y América, concursos artísticos literarios y publican una excelente gaceta cada trimestre abordando cuestiones candentes y de actualidad, y un anuario de cien páginas a final de cada ciclo.

El club Cocherito, consciente del valioso capital genético de la cabaña brava, es firme y beligerante en defensa de los encastes minoritarios, a los que hay que prestar atención, preservar y recuperar, hasta el punto que para su presidente “todas las plazas de primera deberían programar festejos con encastes minoritarios”  ya que “la riqueza del toreo está en la diversidad del toro”

Admirador de la afición francesa, que “llega a la plaza desde el conocimiento previo de la lidia obtenido en lecturas y tertulias”, a diferencia de la afición española que “va a los toros por inercia sin el conocimiento necesario”, y por tanto está más necesitada de instrucción. La paradoja es palmaria: el ciudadano español medio ha vivido en contacto con la fiesta, y sin embargo la desconoce profundamente. Ha sido una convivencia con frecuencia estéril, generadora de prejuicios y estereotipos absurdos, que tiende a generar indiferencia. Salir de ese ciclo pernicioso es labor de todos los partidarios del rito, cada uno desde su atalaya, con compromiso y rigor.

Enrique Villegas es muy crítico con los diversos estamentos taurinos, celosos guardianes de sus legítimos intereses, si bien inoperantes en la difusión de los valores de la tauromaquia y de su bagaje cultural, y plantea un mayor compromiso por parte de ganaderos, toreros, empresas e instituciones públicas para la puesta en valor de este patrimonio cultural único.

Pone también de manifiesto el carácter apolítico del toreo, que es patrimonio del pueblo, y denuncia la falta de regulación real y efectiva por parte de los poderes públicos, que instrumentalizan en muchos momentos de la historia a la tauromaquia para ganar popularidad y adhesiones ciudadanas.

La conversación es sincera y desinhibida, sin soslayar capítulo alguno de la realidad de la fiesta, y llega un momento en que se plantea como hipótesis  qué ocurriría si la tauromaquia fuera patrimonio cultural del pueblo norteamericano o alemán, y la sola comparación duele y avergüenza: “Si fuera patrimonio de un país potente esto no lo tocaba nadie, y se exportaría al resto del mundo”, asegura con un punto de amargura en la voz.

El presidente Villegas propone, más allá de medidas de carácter jurídico o político, la clave misma de la recuperación de la fiesta: “Hay que trasformar al público en aficionado. El público va cada día a un espectáculo, el aficionado es perseverante y busca emociones concretas”, y añade: “Donde la fiesta es fuerte y se hacen bien las cosas, la prohibición es muy poco verosímil”

La emoción es intemporal y apátrida, se experimenta por todos los seres humanos por igual y es lo que mueve a las personas a decidir y actuar, por eso “La internacionalización de la fiesta es una iniciativa interesante, siempre que se haga con respeto a los valores propios de la tauromaquia. Los “inventos” como el de Las Vegas no aportan nada”, afirma de modo categórico.

La importante labor pedagógica del Cocherito no puede alcanzar todos los rincones de Bilbao, y por eso su presidente propone un principio de actuación: “Los aficionados tenemos la obligación de difundir la fiesta y hablar de toros también fuera de los círculos tradicionales del toro”, para dotar de naturalidad a un acontecimiento artístico y a la vez social, y dar la oportunidad de conocer el toreo a personas prejuiciadas o simplemente ignorantes de su esencia.

El presidente narra un nuevo suceso, pleno de bilbainía, que muestra con toda precisión el carácter de la ciudad y del propio club: “El Grupo Club Cocherito organiza las Corridas Generales de Bilbao en los años cincuenta con el siguiente planteamiento: si la feria da beneficio se dona a la casa de misericordia, y si hay pérdidas las ponemos de nuestro bolsillo. El éxito fue apabullante y la casa de misericordia tuvo recursos para practicar la beneficencia con los más necesitados” No cabe decir más.

Como colofón Enrique Villegas muestra la hospitalidad del club Cocherito e invita de forma sincera a todo aquel que se sienta interesado por el propio club o la historia del toreo: “El club está abierto para cualquiera que quiera visitarlo, basta con una llamada y lo abrimos para su visita aún fuera de horario, ya que, como club decano, nos debemos a toda la afición”

Enhorabuena al club Cocherito por su asombrosa historia, por el trabajo que realizan y por los valores que les guían, garantía todo ello de un futuro cierto.

No dejen de visitarlo, créanme que la invitación es firme, y van a disfrutar del patrimonio del club y de la amabilidad de su gente.

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