Morante de La Puebla

El embrujo de Morante en una tarde sin toros.

Las corridas mano a mano han sido siempre un desafío entre dos matadores que se disputaban la primacía del toreo o, en el menor de los casos, competían por mostrar su Tauromaquia en contraposición con la de su antagonista.

Lo visto esta tarde en la Plaza de toros de la Rivera no se ha ajustado en modo alguno a este canon, pues dos consumados maestros, de contrastada solvencia, han alternado ante una corrida de de Vellosino chica, floja y descastada, que no ha permitido atisbar competencia alguna, ya que ha faltado el factor primordial de la Tauromaquia eterna: la casta.

Los seis toritos negros que han comparecido sobre el albero riojano, abantos de salida, con querencias marcadas hacia chiqueros, escasa musculatura y discretas arboladoras, no han sido más que una lejana sombra de lo que debe ser el toro de lidia, quintaesencia de la indómita casta brava, con trapío, fiereza y poder.

Uno de ellos, el segundo, se lesionó en una mano por efecto del toreo encimista de Perera y hubo de ser estoqueado de urgencia entre las protestas del público, que sólo recuperó la sonrisa cuando su matador lo finiquitó de certero descabello.

El que hacía tercero salió en actitud claudicante, dada su probervial debilidad, y la presidencia, ante las protestas del bondadoso público riojano, consideró conveniente sustituirlo por un sobrero del mismo hierro e idéntica catadura que sus hermanos.

En esta coyuntura se dio suelta al quinto, recibido con alegres chicuelinas por el maestro de la Puebla del Río, saludadas con entusiasmo por los aficionados, y ya nada fue igual en la cálida atmósfera del coliseo logroñés. El aire del capote de Morante, su pinturería singular y la porfía de su franela por dibujar el natural, aceleraron el pálpito de los corazones, que premiaron con una oreja el toreo del diestro sevillano, y pudieron ser dos, si el palco se deja envolver en el clamor del tendido.

El cartel hacía augurar un tacazo en taquilla y la salida a hombros de dos de las más rutilantes figuras de la Tauromaquia del siglo XXI. Sin embargo de nuevo los taurinos tropiezan con una realidad tan obstinada como recurrente: tímida respuesta en taquilla y el resultado artístico decepcionante.

Todos saben, aunque sólo lo comenten en privado, que el elixir que revitaliza la fiesta es la encastada nobleza del toro, y es momento de recuperarlo, antes de que el aficionado caiga en la apatía y el olvido.

Reseña:

Plaza de toros de Logroño, 19 de septiembre de 2014 . Más de media plaza en tarde calurosa. Toros de Vellosino, chicos, flojos y descastados. Morante de la Puebla: ovación, silencio y oreja. Miguel Ángel Perera:  silencio, ovación y ovación.

 

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