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Museo Paquiro: homenaje al torero más romántico

La vida de Francisco de Paula Montes Reina es intensa y sugerente, hasta el punto de encarnar todos los valores del héroe romántico. Una figura así merece un homenaje permanente, y lo ha encontrado doscientos años después de su nacimiento en forma de museo; del Museo Paquiro de Chiclana.

Los diversos capítulos de su trayectoria vital se encuentran reflejados, en algunos casos con obras de enorme valor artístico, en las cuatro salas que el Museo Municipal tiene habilitadas en el número tres de la calle San Agustín en Chiclana, lugar de referencia para los amantes del toreo y su historia.

Infancia y adolescencia decadente.

Nacido en 1805 en el seno de una familia acomodada deseosa de verle convertido en cirujano, su vida da el primer giro cuando su padre pierde el empleo como administrador de los bienes del Marqués de Montecorto, y han de retirarse a vivir con modestia en la calle Bodegas, cerca del matadero, donde surgirá su auténtica pasión. Son tiempos complicados en los que el joven gaditano debe emplearse en diversos oficios, como el de albañil, para aliviar la precaria economía familiar.

Asombro de maestros.

Pronto demuestra un valor sin límites y un poder físico que le permite imponerse a los toros con asombrosa solvencia.

Se convierte en alumno aventajado de Pedro Romero en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla y a los 25 años figura en carteles de El Puerto como sobresaliente de espada, tomando la alternativa en Madrid un año después.

Su proverbial valentía le granjea la admiración de sus maestros, con gestos que rayan la temeridad, desafiando al propio miedo, de los que casi siempre sale airoso.

Artista de culto.

Durante las siguientes temporadas se erige en figura indiscutible y torero predilecto de Madrid, donde “ver matar a Montes” se convierte en algo más que un espectáculo, para constituir en un acto social pleno de emoción. Tal vez resulte explicativo el hecho de que en 1836 intervino en cuantas corridas se jugaron en la capital del reino.

Torero predilecto del público y primera espada de España, capaz de encabezar los carteles de las principales ferias desplazando a toreros con más años en la profesión, arquetipo del lidiador poderoso y objeto de admiración de toreros, pintores, escultores y literatos.

Pensador de éxito.

El 1836 dicta a Santos López Pelegrín su célebre “Tauromaquia completa”, fundamento del actual orden de la lidia, que establece las normas que han de respetarse para embellecer el espectáculo, así como la indumentaria que han de lucir los lidiadores, que ha perdurado hasta hoy sin cambios en lo esencial.

En sus páginas muestra un profundo conocimiento del toro y la lidia, añadiendo certeras reflexiones que evidencian un pensamiento preciso y maduro, impropio de su edad y de la época.

La Tauromaquia de Montes se erige como libro de culto para los bibliófilos, capaces de pagar sumas importantes por ejemplares de la edición príncipe, acuñada por el prestigioso impresor Repullés en Madrid en la imprenta de la calle Carretas.

Retirada tardía y reaparición forzosa.

En 1847, en plena madurez artística, abandona los ruedos con aura de torero grande y artista idolatrado por la afición, para dedicarse a la actividad bodeguera. Sin embargo Montes es un hombre poco cultivado, parco en conocimientos económicos, lo que explica el escaso éxito que obtiene con su empresa, viéndose obligado a retomar el estoque en 1850, cuando sus cuentas eran ya insostenibles. Su nueva etapa es breve, pues ese mismo año, el día 21 de julio,  recibe una gravísima cornada en Madrid del toro Rumboso, que le tendrá convaleciente en su domicilio de la capital, hasta que es trasladado a su Chiclana natal cinco meses después en un estado aún deplorable. La herida no termina de sanar y es el día 4 de abril de 1851, cuando la gangrena vence definitivamente a su débil salud en un final angustioso.

Muerte de leyenda.

La muerte de Montes conmociona a la España de la época. Pocos dan crédito a las noticias que llegan de Chiclana. El cadáver está dos días en observación en el depósito del cementerio gaditano, pues unas erupciones en la piel hacen concebir a los galenos del momento alguna esperanza de que la muerte no sea tal, y pueda obrar el milagro bíblico de la resurrección.

Entre hedores delatores de la trágica realidad se certifica la muerte del lidiador a causa de “fiebres malignas”, y se celebra, con la pompa propia del personaje y el momento, un entierro desgarrado y pleno de emoción.

Matrimonio secreto, esposa sospechosa e hijo discapacitado.

Paquiro casa con Ramona de Alba en 1843 empleando una fórmula inusual, pues la unión se celebró en secreto con las necesarias dispensas eclesiásticas. Son muchas las especulaciones que se ciernen sobre este suceso, si bien José Elbo ya había inmortalizado a la pareja en óleo sobre lienzo en 1840, tres años antes del matrimonio.

Tiene un único hijo de salud quebrantada y escaso entendimiento, a quien el torero quiere más que a su vida, que fallece a los 18 años y comparte hoy tumba con el maestro de Chiclana en el viejo cementerio de la población gaditana.

Una vez muerto el torero, se conoce el intenso romance que Ramona vive con Francisco Sevilla “Troni”, picador al servicio de Montes, cuya vida es una incógnita, si bien sirve de inspiración a dos grandes novelistas románticos como Próspero Mérimée y Teófilo Gautier.

Ni siquiera sus restos mortales han descansado en paz, pues han vagado entre los cementerios de Chiclana, hasta que han encontrado acomodo definitivo en el de La Soledad, donde reposan reconocidos por un bajorrelieve de bronce que representa la imponente efigie del torero, conmemorando del segundo centenario de su nacimiento.

Amores reales.

Al genial torero de Chiclana se le atribuyen amores con Isabel II, reina entonces adolescente, de la que no consta tuviera descendencia. La historia refleja multitud de puntos de encuentro entre ambos cuando el torero estaba en la cumbre de su arte y de la fama.

Consta que Montes mató en 1846 en las corridas de celebración de las bodas reales en Madrid, acudiendo en precario por la cornada recibida en Écija pocos días antes, y bien pudo dar a la joven reina lo que su reciente esposo y primo Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, no sabía darle.

La reina “de los tristes destinos”, profunda admiradora de su tauromaquia, embelesada por su porte inconfundible, quiere otorgarle en título de “Conde de Chiclana”, si bien la fatal cornada y su muerte lo impiden, para consternación de Isabel, que pugna hasta el último instante para concederle la singular distinción.

Homenaje al mito romántico.

Casi doscientos años después de su nacimiento, en 2003, la ciudad de Chiclana, por obra de Pedro Leal y el propio Ayuntamiento, rinde homenaje a Paquiro, el más romántico de los toreros.

En una espléndida edificación del siglo XVII se conservan vestigios de la vida y obra del maestro. Durante los dos primeros años son los artículos coleccionados por el fotógrafo local Pedro Leal los que integran el museo, y es a partir de la adquisición de la colección Sagnier en 2005, cuando el museo engrosa de forma notable su patrimonio con piezas de una alto valor simbólico y económico, con el respaldo del Ayuntamiento de Chiclana.

La obra paradigmática del museo es, sin duda, el retrato que Antonio Cavanna pintó al óleo hacia 1835, en el que se representa un primer plano del matador mirando hacia la izquierda con gesto sereno. Viste el torero un terno pizarra y oro, rico en bordados y pedrería, pañoleta grana, camisa con chorreras y exuberante montera, atuendo que él mismo diseñó, pleno de elegancia y de estilo decididamente romántico.

El museo alberga también un cuadro de Ángel María Cortellini , reconocido pintor costumbrista de ascendencia italiana, titulado “Jaleo en Cádiz” en el que dos bailarinas flamencas unen sus labios en medio de la danza jaleadas por músicos y espectadores, escena llena de tipismo que ilustra el ambiente en que Montes vivió y se hizo torero.

El busto que José Piquer y Duart esculpió en mármol blanco, basándose en una máscara pos mortem del maestro, preside la sala principal de la planta baja. Está iluminado de forma indirecta, dotando de gran rigor a la colección. Es, sin duda, la obra más solemne y la mejor glosa el momento de la dramática muerte del genial artista.

El retrato de José Gutiérrez de la Vega hizo de Montes y Ramona de Alba en 1835 es otra de las referencias ineludibles del museo, que abunda en el misterio de su matrimonio secreto y estimula la imaginación de los estudiosos de la figura del espada. Es una escena emotiva en la que la mujer mira con dulzura a los ojos del torero, al tiempo que realiza un gesto críptico con su dedo índice, tal vez en referencia al vaso de vino que el matador porta en su mano derecha.

Como no podía ser de otro modo, las vitrinas del museo albergan un ejemplar de la edición príncipe de “La Tauromaquia” editada por José María Repullés en Madrid en el año 1836, fundamento de la actual fiesta de toros. Es un libro de pequeñas dimensiones, diez por quince centímetros, encuadernado en piel con artesanía dorada, que preceptúa, en poco menos de trescientas páginas, los fundamentos técnicos y organizativos de la lidia, con tanto rigor como precisión.

Existen también en el museo grabados de Daniel Perea para la revista “La Lidia” de finales del siglo XIX, representando en sus litografías lances de El Chiclanero, Cayetano Sanz y Francisco Arjona “Cúchares”, toreros clave en la evolución del arte de torear, con quienes Paquiro compitió en los ruedos.

En una amplia pared de la primera planta pueden apreciarse enmarcadas dos litografías que representan al propio Montes y a su sobrino y protegido “El Chiclanero”, extraídas con toda probabilidad de algún ejemplar del Sánchez Neira, impreso por Miguel Guijarro en Madrid en 1879, litografías monocromas plenas de clasicismo, inspiradas en los retratos que hizo Carretero para tal fin.

La próxima adquisición que el museo de ha propuesto en un conjunto de ocho azulejos de temática taurina que fueron instalados en la casa que Montes regaló a su hermana en 1836. En ellos se refleja el nombre completo de Paquiro así como diversas suertes de la lidia, constituyendo un referente nítido del tiempo del gran matador.

La muestra exhibe dos cabezas de toro posteriores a la época de Montes, fechadas a finales del siglo XIX, de rizada testuz y afilados pitones, contrapunto necesario y fundamento del arte taurino.

La magnífica colección integra además cuadros de Benjamín Palencia, Roberto Domingo y Zuloaga, así como obras de Mariano Benlliure, posiblemente el escultor que mejor entendió el toreo.

El museo goza del reconocimiento de sus visitantes, que son en su mayoría madrileños, vascos, navarros y franceses, que aseguran en sus comentarios que la muestra es un exponente tangible de la tauromaquia del XIX, con un enorme valor documental, y recomiendan la visita a quien quiera conocer una etapa vital en la gestación de la Tauromaquia.

La asignatura pendiente de la muestra tal vez sea la exhibición de vestidos de torear de Paquiro y su época. Un anticuario de Cádiz asegura haber vendido a un coleccionista castellano hace dos años un traje de Paquiro. Afirma el mercader, hincando la barbilla en el pecho, que el terno era de “talla de niño”. Sin embargo los testimonios de la época hacen pensar que la realidad era muy diferente, puesto que el torero medía más de ciento setenta centímetros y lucía un porte atlético, anchura de hombros, brazos fornidos y piernas poderosas.

Nuevo enigma a añadir al misterioso matrimonio de Francisco Montes Reina, a sus amores con Isabel II, y a su increíble muerte, que alimentará durante años el mito del más romántico de los toreros.