Ensayo sobre la dignidad

Las librerías ofrecen en sus anaqueles cientos de títulos que abordan la felicidad como meta natural de la humanidad. Existen fórmulas variadas, apolíneas y dionisíacas; otras basadas en la meditación, el cuidado del cuerpo y la alimentación equilibrada. Sin embargo no se conocen representaciones reales, ensayos prácticos de lo que sustancian tales libros.

La dignidad es, sin embargo, un concepto mayor, de gran recorrido, que paradójicamente no está en el vademécum de la cultura oficial contemporánea. Se trata de una práctica de mucho más calado, verosímil, y casi hasta tangible, que facilita la sublimación del humanismo. La dignidad depende siempre de uno mismo, pues consiste en vivir con arreglo a los valores propios, sin aceptar imposiciones ni realizar prácticas ajenas a la ética personal.

Quien quiera conocer el alcance del concepto, y asistir a una masterclass impartida por consumados especialistas, hará bien en estudiar lo que se ha vivido esta tarde en la plaza de toros de Las Ventas.

Un hombre en la cumbre, con seis oportunidades de ganar el cetro del toreo, frustra su tarde de gloria por entregarse sin medida en el primer envite. Por entrar a matar como si fuera la última vez, por ser coherente con su concepto y exponerse sin reservas. Emilio de Justo no entiende de especulaciones. Carga la suerte, ofrece franelas y femorales en cada embroque, corre la mano exhortando al dios del temple en cada pase, y esparce en el aire la pureza del toreo en cada exhalación. Emilio de Justo tiene un compromiso con el arte que va más allá de la razón, y forma parte de su identidad más íntima. Cuando se pone el compromiso por encima del instinto de supervivencia y de la lógica aparece la épica en su más pura dimensión. Esa es la gran lección de dignidad que cada tarde dicta este torero, y que ayer alcanzó su máxima expresión en el primer coliseo del mundo.

Álvaro de la Calle, de quien las enciclopedias perdieron el rastro quince años atrás, asumió la liturgia como si fuera la reencarnación de un mesías. No hubo dudas, no hubo gestos de contrariedad, lanceó y pasó con solvencia, resolvió las dificultades que plantearon los cinco que hubo de lidiar, sin verse en ningún momento rebasado por el poder de sus antagonistas. Brindó su primero a su compañero caído. Recibió al de Victoriano del Río y al de Palha con largas cambiadas de rodillas en el tercio, y aún tuvo valor suficiente para mostrase genuflexo ante el sexto frente a la puerta de toriles. Álvaro de la Calle es un torero de carta cabal, que ha vivido en las catacumbas de la profesión sin perder jamás la fe, preparándose en el campo, creyendo que el éxito y el fracaso importan menos que el compromiso con uno mismo y con la profesión. Es difícil prever lo que deparará el futuro a un torero de esta dimensión, mas ocurra lo que ocurra, nos lega una lección magistral que debería estudiarse en las escuelas de tauromaquia del mundo, pues lo que ayer desplegó sobre el albero de Madrid fue un bellísimo ensayo sobre la dignidad humana.

Reseña:

Plaza de toros monumental de Las Ventas. Domingo diez de abril de 2022. Lleno. Tarde cálida y luminosa.

Toros de diversas ganaderías bien presentados, en capas negras, coloradas y cárdenas.

Primero de Pallarés: Cárdeno. Un puyazo y otro encuentro rompiendo la puya. Noble, pronto, humillado, repetidor. Palmas en el arrastre.

Segundo de Domingo Hernández: Colorado. Dos puyazos. Descastado, va y viene sin ninguna codicia. Pitos.

Tercero de Victorino Martín: Cárdeno, bien armado, de bella estampa, aplaudido de salida. Dos puyazos sin emplearse. Flojo y descastado, se derrumba y las cuadrillas lo levantan tirándole del rabo. Sonora pitada al arrastre.

Cuarto de Victoriano del Río: Cárdeno salpicado, bien armado, de excelente presentación, aplaudido de salida. Tres puyazos arrancándose de largo con fiereza. Bravo. Premiado con la vuelta al ruedo.

Quinto de Palha: Negro, escurrido, discreto de cabeza, rayando los seis años de edad. Dos puyazos duros. Deslucido y bronco, muere como un bravo. Pitos.

Sexto de Parladé: Colorado. Dos puyazos entrando con alegría. Noble, sin emoción. Pitos al arrastre.

Emilio de Justo, de azul noche con bordados blancos: Estocada (oreja). Cogido muy grave al entrar a matar.

Álvaro de la Calle, de rosa palo y oro: Estocada casi entera atravesada y once golpes de descabello (Silencio tras dos avisos). Pinchazo hondo, media trasera y tendida y un golpe de descabello (Palmas). Estocada caída casi entera y dos golpes de descabello (Vuelta al ruedo tras aviso). Pinchazo hondo y estocada saliendo prendido (Palmas y saludos desde el tercio). Estocada muy trasera que hace guardia, pinchazo y estocada delantera (Gran ovación de despedida)

Geremy Banti, de verde musgo y oro: Inédito salvo en dos quites.

Incidencias:

Primera corrida de toros de la temporada madrileña. Lleno aparente en los tendidos, si bien no se colgó el cartel de “no hay billetes”.

Emilio de Justo, anunciado para actuar en solitario, fue cogido de manera muy severa al estoquear el primero. El sobresaliente Álvaro de la Calle hubo de lidiar los cinco toros restantes.

El parte médico describe rotura de dos vértebras y fisura en la base del cráneo, calificando su estado de “muy grave”

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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