Las claves del Éxito de Azpeitia, la feria diferente.
En un tiempo en que se prohíben ferias, se cierran plazas, se acosa a los aficionados, y se asiste pasivamente a la agonía de cosos centenarios, la Feria de Azpeitia ha celebrado un ejercicio más, disfrutando del narcótico aroma del éxito.
El valor de cuanto se dice es enorme, ya que además se desarrolla en una situación especialmente desfavorable, como demuestran los siguientes datos objetivos: tiene lugar en una población de 14.000 habitantes, gobernada por una coalición radical de corte antitaurino, sin figuras en el cartel, en una plaza de no más de 3.500 asientos, con un presupuesto muy limitado, sin apoyos mediáticos de envergadura, ni, por supuesto, subvenciones públicas.
Analizar la situación y explicitar las causas de este extraño éxito es un ejercicio saludable, por cuanto que otras Ferias bien podrían obtener valiosas conclusiones que pueden mejorar su futuro.
Primero: La cultura como elemento vertebrador.
Hace siglos, tal vez milenios que Azpeitia tiene su propio modo de vivir la Tauromaquia. El carácter de sus gentes, lo abrupto del paisaje, su estilo de vida ancestral componen su idiosincrasia, hasta el punto que puede hablarse de un modo de vivir la fiesta específico y diferenciado de otras tierras. Allá el arrojo y el esfuerzo son valores superiores a la inspiración y la pinturería. Allá se va a la plaza sin saber bien quién torea, y no es extraño que en el ecuador de la corrida un espectador pregunte quién es el de grana y oro. Allá se celebran festejos populares como la sokamuturra, los encierros y las vaquillas para los más pequeños, como garantía de continuidad cultural. Allá se vive el toro como algo natural, ceremonial y festivo al alcance de todos.
Azpeitia ha perpetuado la bella tradición de interpretar, a la muerte del tercer toro, el zortziko de Aldalur, música fúnebre en honor al banderillero muerto lustros atrás. Solemne acto en el que los toreros permanecen inmóviles y toda la concurrencia escucha de pie y en silencio los acorde tristes que ataca la banda. Es uno de esos momentos mágicos, mitad recuerdo y mitad promesa, en los que sólo cabe la emoción.
Las raíces culturales de la Tauromaquia en Azpeitia son profundas, se han preservado a lo largo de los años, y son compartidas por sus gentes, sin diferencias por edad, credo o estatus económico.
Segundo: la apuesta por un modelo diferenciador.
La normalidad es una nulidad y por eso es necesario ofrecer al cliente algo distinto, con señas de identidad propias, que facilite la diferenciación. Además es preciso apostar por este modelo con convicción y en el largo plazo. La Feria de Azpeitia ha cincelado un nuevo paradigma, basado en el rigor, alejado del modelo seriado con nombres de abolengo, para los que comparecer sobre el albero azpeitiarra no representaría reto alguno. La cartelería de los últimos años anuncia divisas como Palha, Adolfo Martín, José Escolar, Valdellán, Ana Romero, Pedraza de Yeltes y nombres como Sergio Serrano, Alberto Aguilar, Paulita, Miguel Ángel Delgado, Morenito de Aranda, Javier Castaño, Manuel Escribano, Juan del Álamo, Sánchez Mora, Pérez Mota. Hay que remontarse en el tiempo para encontrar toreros como El Cid o José María Manzanares, diestros con indudables méritos, pero, en muchas tardes, menor disposición que los citados. La transición hacia este nuevo modelo fue larga y complicada, con temporadas en las que se rayaron las pérdidas, si bien la fe inquebrantable de la Comisión Taurina ha hecho posible el actual estatus de Feria señera.
Tercero: El toro como piedra angular de la Fiesta.
La selección del toro en Azpeitia es rigurosa. El presidente de la Comisión hace cabal seguimiento de las divisas de mayor solera, recibe vídeos y fotografías, dialoga con ganaderos, escruta genealogías, y elige las tres que mejor se adaptan a la cultura de la plaza. Una vez seleccionadas viaja a la dehesa al menos tres veces, una en diciembre, otra en abril y una más en julio para supervisar las labores de embarque, no vaya a ocurrir que suban al camión toros no reseñados.
En Azpeitia primero se compran las corridas y después se habla con los toreros que estén dispuestos a matarlas. No hay veedores, y si los hay lo hacen a título meramente informativo, pues la Comisión jamás permite injerencias en este terreno.
Días antes del inicio de la Feria, la Comisión, orgullosa de su trabajo, desencajona las corridas en un acto público al que asisten multitud de aficionados, y también de no aficionados, para los que la efigie del toro es un símbolo sagrado. Claro indicio de transparencia, pues el público pude comprobar el trapío de los toros antes de retirar sus entradas, aún a riesgo de lesiones o inutilización de los pitones.
La presentación de las reses es impecable. Trapío, romana y casta es la trilogía que mejor define al toro de Azpeitia que, con frecuencia, no tiene nada que envidiar al de Pamplona e incluso al de Madrid. Se consagra la variedad de encastes como un valor, hasta el límite de conseguir anunciar en tres tardes tres hierros de tres encastes diferentes.
Los toros saltan a albero liberados de crotales, identificativo poco digno de un instante trascendente, limpios de capas, siempre en tipo de su encaste, lustrosos, enseñoreando su figura por el diminuto ruedo, con frecuencia causando admiración en los tendidos y arrancando ovaciones de salida.
Cuarto: Los toreros no seriados.
Llegarse a Azpeitia, alojarse en sencillos hoteles, respirar el aire fresco y húmedo de agosto, pasar inadvertido para la inmensa mayoría de la gente, mezclarse con personas de diversa condición, pisar el modesto patio de cuadrillas, mirar al tendido y divisar en la lejanía las cumbres de Izarraitz es, para un torero, una experiencia reparadora. Saber qué tipo de toro espera en los chiqueros quebranta el ánimo, mas quienes pisan el albero de este coso saben que repetirán si triunfan, y que la indolencia será castigada con el ostracismo. Torear en Azpeitia es perder la noción del calendario e ignorar cuando se volverá a vestir de luces.
Anunciarse en la Feria de San Ignacio es un honor, y al mismo tiempo una oportunidad de demostrar que se está en disposición de lidiar en cualquier rincón del orbe taurino.
Quinto: El modelo de gestión no mercantilista.
La Comisión Taurina, integrada por cuatro miembros aficionados, suscribe con el Ayuntamiento año a año el contrato más absurdo de la historia, pues trabajan gratis, asumen las eventuales pérdidas que podrían alcanzar un cuarto de millón de euros y, si existe beneficio, se destina a una causa justa y altruista. Es un juego inexplicable por la razón que se justifica por su pasión taurina y su compromiso con el pueblo, su cultura y sus tradiciones.
Se trabaja con intensidad para la afición, sin otro objetivo que su satisfacción y su fidelización. No hay exclusivas, no existe otra meta que el compromiso, no hay contratos blindados, y todos los miembros de la Comisión ponen sus cargos a disposición del Ayuntamiento cada vez que se hace balance del serial.
Sexto: Los pequeños detalles que engrandecen el rito.
El coso presenta siempre un aspecto impoluto, barreras gritando en grana y tendidos luciendo en blanco, corrales operativos, puertas y cerrojos engrasados. La diminuta sala de toreros, que hace las veces de punto de oración, exhala pulcritud desde una sencillez que sobrecoge.
La Comisión elige el diseño del cartel anunciador tras concurso, lo imprime con primor, presenta combinaciones en acto solemne, y despierta, antes de que el primer toro hoye el albero, la admiración del planeta taurino.
Recluta areneros, monosabios y porteros, les inculca el valor del servicio, les suministra indumentarias adecuadas que lucen con orgullo por formar parte del círculo de iniciados.
Selecciona la cuadra de caballos sin reparar en gastos que ciñen petos impolutos, y realizan la suerte con agilidad y espectacularidad, sensibles a las órdenes el torero.
Contrata la banda de música del pueblo, de acreditada solvencia y amplio repertorio, que lanza al aire las notas solemnes del pasodoble, e interpreta solos que provocan la ovación del público.
La Tauromaquia en Azpeitia alcanza registros difíciles de observar en otros lugares, y da la sensación de que todos los actores involucrados en esta bella obra acuden al escenario conjurados en servir al arte, más que en servirse de él.
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