Decimos que el toreo es cultura sin saber lo que estamos diciendo: (2) Tradiciones

Segundo vector: Tradiciones.

Las tradiciones son costumbres, doctrinas y relatos que perviven y se transmiten de generación en generación con poca o ninguna mutación. Este asunto es consubstancial al toreo, puesto que son muchos los ámbitos de la Fiesta que conservan y difunden sus tradiciones, muchas de ellas de manera secular.

Existen ganaderías, como la de Atenco en México, con una acreditada antigüedad, pues crían toros bravos desde 1522, año en el que Hernán Cortés introduce toros españoles con permiso explicito del emperador Carlos V. Desde ese momento más de 25 generaciones han visto como se perpetúa, transmite y perfecciona la ciencia de la crianza del bravo.

El enfrentamiento del hombre con el toro es casi tan antiguo como la humanidad, pues existen pinturas rupestres en la localidad francesa de Villars que dan fe de que el ritual se hacía ya 23.000 años atrás, e incluso se han descubierto restos óseos que atestiguan que hace 40.000 años el hombre abatía uros y los empleaba como alimento sagrado. El combate, perfeccionado con el transcurso de los siglos, ha pervivido hasta nuestros días con el mismo simbolismo que en la noche de los tiempos, con un sustrato místico que ha fascinado y sigue fascinando a varios miles de generaciones.

En 1215 el obispo de Segovia convoca un sínodo para advertir a todos los clérigos de que serán excomulgados si participan en los juegos de toros. Los encierros de esta población son incluso previos a esa fecha, lo que documenta más de ochocientos años de tradición ininterrumpida de tauromaquias populares. La fiestas de toros son muy anteriores al propio nacimiento de España, y hunden sus raíces en las tradiciones populares ricas en matices culturales.

Existe un encarnizado debate en torno a la antigüedad de los cosos, se establecen rankings que todos quieren encabezar, y con frecuencia se apela a la tradición oral para datar plazas cuya fábrica no está perfectamente documentada. Las plazas de Béjar (1711), Santa Cruz de Mudela (1722), Zaragoza (1764), y Ronda (1785) están entre las más antiguas, si bien hubo otras más primitivas que fueron derruidas o abandonadas, de las que no quedan ya resquicios. En muchas de ellas el hombre sigue jugando al toro, y sus sillares, ajados por el sol demoledor del verano y los hielos pétreos del invierno, son testigos inalterables de gestas y tragedias, que se suceden al mismo ritmo que el pálpito del corazón del hombre, erigiendo bellas tradiciones.

 

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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