Decimos que el toreo es cultura sin saber lo que estamos diciendo: (3) Simbolos
Tercer vector: Los símbolos.
La simbología del toreo es variada y profunda. El propio toro es admirado y venerado desde épocas remotas por su fortaleza, nobleza y fertilidad, conceptos que simboliza. Egipto, Grecia y Roma, tal vez las tres culturas más reconocidas de la historia, confieren al toro estatus divino y lo sacrifican para engrandecer su leyenda. La silueta del toro es un icono con un gran valor mercantil, que es empleado por distintas marcas de consumo para infundir a sus productos un marcado carácter.
Todos los países sueñan con disponer de un referente que les permita proyectar una imagen potente y diferenciadora en el mundo. Según los estudios demoscópicos que periódicamente realiza el Real Instituto El Cano en el ámbito internacional, el mundo identifica a España con el toro incluso por encima de el sol, o la gastronomía. El toro como emblema es una excelente oportunidad para los intereses económicos de empresas, instituciones e incluso del propio país.
El torero es también símbolo de valentía. El propio término trasciende de la función de lidiar toros en plaza para erigirse en el emblema del valor, el arrojo y la capacidad de asumir retos arriesgados.
Los hierros y divisas simbolizan a cada criador en una amalgama de formas y colores identitarios, que siempre se deben a causas históricas o al propósito que cada ganadero pretende con sus toros. El aficionado lee en la piel del toro su origen y el año de nacimiento, y en su morrillo al saltar al albero las cintas que le identifican.
Los vestidos de torear tienen también una profunda simbología. La propia concepción de la taleguilla ajustada, la chaquetilla corta, las amplias hombreras, y las medias de vivo cromatismo acentúan la masculinidad y la sensación de fortaleza del hombre que se enfrenta a la poderosa divinidad. Cada color del raso, cada alamar, cada cairel y cada tipo de bordado tienen también su significación. Un terno grana indica disposición máxima para el triunfo, otro azul predica una lidia más reposada, el blanco es propio de toricantanos, mientras que el catafalco dota a quien lo viste de un porte solemne. El bordado en oro se reserva para matadores y piqueros, mientras que el plata y el azabache pueden ser empleados también por los banderilleros.
El rito de la corrida es esencialmente simbólico pues se escenifica de manera pública el poder de la naturaleza, encarnada por el toro, y el ingenio y el valor del torero, en una lucha a muerte apasionada. La forma circular del ruedo, significa la perfección. La hora del sorteo de las reses, mediodía, cuando la luz es más intensa, implica transparencia. La equidistancia de los tendidos al ruedo, el carácter popular del acontecimiento. El sol es la luz de los jóvenes, y la sombra el refugio de los mayores. El paseíllo es un desfile en el que cada maestro muestra a sus huestes perfectamente organizadas. La presentación de un torero en una plaza implica que comience destocado, en muestra de respeto hacia el público y para facilitar su identificación. El orden en que actúan los matadores se debe a su antigüedad profesional, comenzando por el más veterano. Los pañuelos de diversos colores que maneja la presidencia significan decisiones distintas. La entrega de trofeos, orejas y rabos, rememora la época en que el matador que triunfaba ganaba también la carne del propio toro. La salida a hombros de un torero, mostrando las palmas de las manos que han posibilitado el éxito, justo en el momento del crepúsculo por la puerta de poniente es el reconocimiento del triunfo de la inteligencia, y un tributo al sol. Lo hace izado por la multitud, convirtiéndole en un gigante que emerge del pueblo.
Cada detalle, cada matiz de la Tauromaquia está provisto de un refinado simbolismo. Quien se adentre en el conocimiento del ritual encontrará una vitalidad cultural rebosante, que alumbra un arte ancestral.
Javier Bustamante
para Toro Cultura
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