El miedo

El miedo existe, es tangible, es corpóreo, es real.

Puede adquirir forma humana o transformarse en un leve halo, colarse por debajo de las puertas, permanecer entre las hojas de un libro, apostarse en un rincón sombrío, o envanecerse en el aroma de una flor abandonada.

Puede instalarse en el techo de una habitación, en penumbra, y pasar allá la noche entera amenazando a los sueños.

Puede danzar con las tinieblas, infiltrarse en sus perfiles, huir de la luz o atraerla.

El miedo puede inocularse en un organismo y transmitirse a otro por un leve tacto, por la yema de un dedo, por una suave caricia, por el aliento, por el tono de una voz cadenciosa.

El miedo vive en las palabras, en muchas palabras, y en el tono solemne de una sinfonía; puede vibrar en las notas destempladas de una charanga y crecer en el silencio insondable del vacío. Puede vivir enérgico en las olas del océano y también hacerse presente en el goteo fútil, monótono de un viejo grifo.

El miedo puede manifestarse en una pantalla de televisión, sin aspavientos, pegado a las imágenes, sutil y cruel a un tiempo, cercenar voluntades y ganar el ánimo de quien las observa.

Puede esperar detrás de un espejo, acechando a los rostros, desfigurarlos y devolverlos perversos, con su propio rictus, solemne y malicioso.

El miedo habita en los relojes que se lanzan a descontar minutos, en su tic tac mortecino, en su ritmo cansino, en su espera fugaz, en la proximidad de la meta o en la meta misma.

El miedo vive en cada gesto del hombre, en cada pensamiento, en cada idea, en las palabras más sutiles y también en las más gruesas.

El miedo vive en cada mirada ansiosa, en cada leve golpe de párpados, en la visión borrosa de la amenaza, en el fondo obscuro de cada pupila dilatada.

El miedo habita las manos enlazadas, cada palma sudorosa, cada gesto contrito, cada sonrisa triste; el miedo.

El miedo ronda cada rincón del universo y cada segundo de la historia, el miedo es imbatible, es inabarcable, es cruel, es voraz, es feroz.

El miedo crece de forma natural en los patios de cuadrillas y en los callejones. En ese espacio mágico se le espera, se le respeta y se le teme. Puede encarnarse en forma de hombre anciano o ceñir el cuerpo gitano de una mujer morena. Puede gastar gesto adusto o sonrisa cínica; puede mirar a los ojos o al infinito; hablar con ritmo pausado o instalarse en silencio en una esquina.

El miedo no necesita esfuerzos para vencer, no tiene prisa, no se apresura, es paciente, pues anida en la derrota amarga de sus víctimas, en lo que fue y en lo que no puedo ser. Y en lo que será.

El miedo es paciente, es ilimitado, es ambicioso, todo lo puede, todo lo quiere y todo lo alcanza.

El miedo es ignorar qué va a pasar en el instante que sigue, sabiendo que puede ser lo último que pase.

 

Paola Dimaio

para Toro Cultura

 

 

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