España y Francia, dos grandes naciones que aman y defienden la tauromaquia

Antonio Purroy, Catedrático de Producción Animal
François Zumbiehl, Docteur en anthropologie culturelle
Santiago Martín El Viti, matador de toros
Victorino Martín, ganadero

No todos los españoles aman la tauromaquia y no todos los franceses la
defienden. Nadie pretende que 46 millones de españoles y 67 millones de
franceses sean aficionados a los toros. Cualquier demócrata español o
francés tendría que estar en contra de que se prohíban los espectáculos
taurinos como proponen antitaurinos, animalistas y populistas, a menudo,
con violencia. El respeto y la libertad son patrimonio de todos los
ciudadanos europeos.
La tauromaquia, con todas las vicisitudes de su génesis y de su
evolución, constituye la reencarnación de esa obsesión fundamental de las
civilizaciones mediterráneas, el enfrentamiento del hombre con un animal
temible, plasmada en un mito también fundamental: el de la lucha entre
Teseo y el Minotauro, pues abarca toda la complejidad de este mito en sus
vertientes apolínea -la victoria de la inteligencia sobre la bestialidad- y
dionisíaca -la complicidad para crear belleza con un animal indómito e
imprevisible-. Frágil y efímera es la belleza en el toreo, tremendamente
humana y mortal, por eso nos emociona tanto cuando se logra.
Tiene que llamar a la reflexión que dos grandes países de la Unión
Europea, democráticos y solidarios, con unas economías desarrolladas y
con unas raíces culturales que entroncan en las civilizaciones greco-romana
y judeo-cristiana, permitan y potencien en la actualidad espectáculos donde
los hombres y los animales juegan con la vida y con la muerte,
acompañados de la emoción y del arte, dentro del respeto mutuo, sobre
todo, del hombre hacia el toro. Por ello no se entiende que en ambos países
la tauromaquia esté cuestionada, aunque sea perfectamente legal.

En Francia está permitida “allí donde exista una tradición ininterrumpida” que
coincide con el tercio sur del país (adenda de 1951 a la ley Grammont
(1850)), cuya legalidad fue confirmada por la decisión del Consejo
Constitucional, la más alta jurisdicción francesa, por una decisión del 21 de
septiembre de 2012. Además, fue inscrita en el Patrimonio Cultural
Inmaterial francés en 2011. En España, la tauromaquia es legal en todo el
territorio nacional, incluida Cataluña, aunque muchos piensen lo contrario.
El Tribunal Constitucional en su sentencia del mes de septiembre de 2016
reafirmó la legalidad de la tauromaquia en Cataluña, tanto la de los festejos
de lidia ordinaria como la de los festejos populares (bous al carrer). Las
tres leyes aprobadas en España en los últimos tiempos así lo atestiguan: la
ley 10/1991 sobre “Potestades administrativas en materia de espectáculos
taurinos y sus consecuencias”; la ley 18/2013 en la que se regula la
tauromaquia como Patrimonio Cultural y la ley 10/2015 para la
salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial. Se puede reafirmar con
fuerza que la tauromaquia en España y en Francia –en la parte sur del país-
es absolutamente legal.

Explosión de la tauromaquia
La práctica de la tauromaquia en todas sus vertientes disfrutó de una
gran explosión a partir de los años 60-70 del pasado siglo con la llegada del
boom económico a España, hasta alcanzar su climax en 2007, justo antes de
que llegara la gran crisis de 2008, de la que parece que estamos saliendo.
En ese año de 2007 se celebraron en España 3.637 festejos de lidia, de todo
tipo, cifra jamás antes alcanzada. Esta trayectoria tuvo repercusión en
Francia que ha seguido la misma senda española y donde también aumentó
el nº de festejos aunque de manera menos intensa. La crisis económica ha
hecho disminuir el nº de festejos y el nº de vacas reproductoras –y en consecuencia el nº de toros- y aunque ahora se está produciendo un
repunte, sería muy conveniente no llegar a los números de 2007. En 2017
se celebraron en España 1.553 festejos de lidia y 18.357 espectáculos
populares, con un total de festejos taurinos cercano a 20.000, ¿alguien en su
sano juicio puede creer que este escenario taurino se puede borrar de un
plumazo en España? ¿Qué ocurriría con los 1.700 espectáculos taurinos que
se celebran cada año en Francia? ¿Y en otros países taurinos?
El exceso desproporcionado de festejos repercute en la calidad de los
mismos, lo que puede hacer daño a la tauromaquia pues la lidia es
demasiado seria como para dejarla al albur de taurinos oportunistas. En la
actualidad existe una oferta enorme de ocio muy interesante y a precios
asequibles, que compite con los espectáculos taurinos que suelen ser caros
y difíciles de comprender para el gran público. Una persona que se acerca
por primera vez o muy de vez en cuando a una corrida no tiene las
herramientas que te da la afición y el conocimiento para disfrutar del
espectáculo aunque haya resultado exitoso.

¿Cómo hacer atractiva la tauromaquia?
Esta es la gran pregunta, ¿qué hacer para que la gente no abandone
los tendidos o vuelva a ellos al cabo de un tiempo de desafección? O lo que
es más difícil, ¿cómo hacer para que jóvenes (y adultos) vayan por primera
vez a los toros? A nadie se le oculta que la tauromaquia está atravesando
momentos difíciles que le pueden hacer perder espectadores. No puede ser
consuelo que otras muchas actividades estén soportando la presión social
en su contra tales como la caza, la pesca, el circo… e, incluso, un aspecto
tan aberrante como el ataque a la producción animal que es la responsable,
entre otras ventajas, de la existencia de alimentos de origen animal tan
necesarios para la alimentación y la salud humanas. La ganadería juega un papel muy relevante en el mantenimiento del medio rural y del medio
ambiente en el planeta. Es cierto que tiene un componente negativo por el
gran consumo de agua y por la emisión de gases de efecto invernadero,
pero no lo es menos que otras actividades también contribuyen a ello de
manera abusiva, como por ejemplo todo tipo de transporte, las
concentraciones urbanas, los grandes complejos industriales y, por qué no
decirlo, las personas que habitamos el planeta y que aumentan cada día:
consumimos mucha agua, desperdiciamos muchos alimentos y producimos
grandes cantidades de estos gases. Se estima que en 2050, habrá cerca de
10.000 millones de personas en el mundo, ¿somos conscientes de lo que
puede suponer este dato y la necesidad de alimentos para todas ellas?
Tenemos que convencernos de que la emoción es consustancial a la
Fiesta de los toros. La sangría de espectadores sólo se puede evitar si el
espectáculo se vuelve a preñar de autenticidad y de emoción. En los toros
“el arte sin emoción no es arte” o, si se prefiere, “no debemos consentir que
nos ahogue la estética” (Miguel de Unamuno). Por la puerta de toriles tiene
que salir un animal íntegro, con el trapío acorde al encaste del que procede,
bravo y con fuerza, que después de pasar por una suerte de varas bien
realizada, medida en al menos dos encuentros con el caballo y picando en
el morrillo, quede un toro con una nobleza encastada que permita realizar al
torero una faena de muleta artística y con emoción; si además la suerte
suprema se hace de manera correcta y el toro muere rápido con una muerte
de bravo, esta clase de acontecimiento –como lo define Rafael de Paula-
seguirá interesando, no solo a los aficionados, sino también al gran público
que se suma de vez en cuando al espectáculo.
La emoción es la que también mantiene vivos los festejos populares
de encierros y capeas por calles y plazas, y ha hecho que cada vez tengan
más aceptación entre los jóvenes participantes y los espectadores. El riesgo, la autenticidad y la belleza que entraña el juego del hombre con el animal
solo por la satisfacción personal acompañada por un puñado de aplausos es
lo que ha hecho crecer la tauromaquia popular en España y en Francia. Las
dos tauromaquias, la de lidia ordinaria y la de festejos populares, son
complementarias pues tienen el mismo origen que es el ganado bravo, y el
mismo fin: el riesgo, la emoción y el arte del encuentro entre el hombre y el
animal. Ninguna es más que la otra y ambas tienen que unirse para
defenderse de los múltiples ataques de antitaurinos, animalistas y
populistas. Solo juntos seremos más fuertes.
Existen otras ventajas que no son despreciables: si no hubiera
corridas no habría encierros con toros. Las ganaderías de toros para la lidia
ordinaria han encontrado un nuevo nicho de mercado en los festejos
populares y, lo que es más importante, los jóvenes aficionados a los
encierros y a los recortes son una buena cantera de futuros aficionados para
las corridas de toros.
También es necesario dar voz y protagonismo a los aficionados
quienes mediante sus asociaciones y entidades hacen todo lo posible por la
defensa de la Fiesta. Los aficionados, junto con el gran público, son los que
gracias al dinero que dejan a su paso por taquilla se puede sostener todo el
tinglado de la actividad taurina con el pago a ganaderos, toreros y
empresarios. Además, son los que mantienen la llama de la afición en los
meses del invierno e, incluso, son a menudo los garantes de la pureza de la
Fiesta, mediante la vigilancia constante de las actividades y de los festejos
taurinos. Tanto es así que a menudo nos preguntamos qué sería de la Fiesta
sin ellos y si la actividad taurina se merece los aficionados que tiene.
En este campo, la tauromaquia francesa le ha sacado ventaja a la
española, pues desde hace dos o tres décadas los aficionados franceses han
tomado un fuerte protagonismo en la organización y supervisión de los festejos. Los ayuntamientos de las ciudades y pueblos de la Francia taurina
nombran una “Comisión Extramunicipal de espectáculos taurinos”
compuesta por aficionados locales que es la que asesora a la municipalidad
correspondiente en la organización de las ferias o, incluso, les encargan que
las organicen directamente. A menudo, esta responsabilidad recae en un
club taurino relevante de la localidad. La comisión pasa a ocupar el puesto
que realizan los empresarios clásicos en España: elegir el ganado,
comprarlo, confeccionar los carteles y contratar a los toreros. No suele
acabar aquí su tarea pues a menudo se encargan de organizar y de
supervisar el desarrollo de los festejos, imprimiéndoles un carácter de
exigencia y pureza. La confianza que depositan las alcaldías en los
aficionados es un espaldarazo a su afición y preocupación por la Fiesta, que
redunda lógicamente en la autenticidad de la misma. La colaboración
estrecha entre los aficionados españoles y franceses es una asignatura
obligatoria pendiente para el éxito de la tauromaquia universal.

¿Cómo apoyar y defender la tauromaquia?
Un apoyo fundamental es la correcta formación de los nuevos
toreros. Merecen un comentario especial las Escuelas de Tauromaquia, que
no tienen rango de centro docente oficial pero son por el momento los
únicos centros dedicados a la enseñanza del arte de torear. Antiguamente,
los toreros se hacían con el hatillo al hombro por las veredas de los
caminos y en las tapias de las placitas de tienta. Hoy aprenden en las
Escuelas Taurinas donde se forman como personas y como futuros
profesionales del toreo.
Uno de los problemas históricos de la tauromaquia es que a menudo
se le ha considerado como un islote dentro del devenir social español,
aunque haya habido intelectuales en la historia reciente que han reclamado su importante papel en la vida ordinaria del país. La generación del 27 por
ejemplo, mostró un gran interés por los toros y varios de sus miembros
frecuentaron con asiduidad los tendidos de las plazas. Federico Gª Lorca
llegó a decir que “la Fiesta de los toros es la fiesta más culta del mundo”; a
esto habría que añadir la “más antigua” pues ya se encuentran escenas de
hombres y toros de hace 27.000 años en cuevas del área mediterránea. El
filósofo español Ortega y Gasset decía que “no se podía entender la historia
de España sin conocer la evolución de la tauromaquia”.
Es el momento de traer a colación el gran valor cultural de la
tauromaquia pues se ha hecho presente en las siete artes fundamentales
(literatura, pintura, escultura, música, danza, arquitectura, cine) y otras
menores como la moda, la gastronomía…Son muy numerosos y muy
renombrados los artistas que se han dedicado a escribir sobre cualquier
aspecto de la tauromaquia y a plasmar en lienzos escenas relacionadas con
la misma. Podría decirse lo mismo de la escultura, pues la plasticidad, la
fuerza y la belleza del toro y del torero casi no tienen parangón. Escritores
como Hemingway, Cocteau, Leiris, Henry de Montherlant, Gª Lorca,
Bergamín, Gerardo Diego, Cela, Vargas Llosa…; pintores como Goya,
Manet, Fortuny, Zuloaga, Picasso, Bacon, Botero, Barceló, Diego
Ramos…; escultores (Benlliure, Gargallo, Venancio Blanco, Gómez-
Nazábal, Lozano…), que engrandecen la variante cultural de la Fiesta. Lo
mismo podría decirse de la música con el pasodoble –genuinamente
taurino-, las incursiones en la zarzuela española, en la ópera…
A veces nos preguntamos qué ocurriría con el hecho cultural de la
tauromaquia al día siguiente de la muy hipotética y de la muy improbable
prohibición de la tauromaquia, tal es la influencia de los toros en la cultura
universal. Qué haríamos con los muchos miles de obras escritas, con la
cantidad ingente de cuadros pintados, con las muchas esculturas de toros y
toreros, con todo el patrimonio artístico de las plazas de toros, el cine, el arte de los vestidos de torear… Es escalofriante la herencia cultural de la
tauromaquia a lo largo de los últimos 3-4 siglos y la fuerza que aún siguen
teniendo muchos artistas actuales. Hay que tener convencimiento y
determinación para que Mario Vargas Llosa tenga el coraje de calarse una
montera para recibir el Premio Nobel de literatura (2010) o para que el gran
escultor -y pintor- salmantino Venancio Blanco, recientemente fallecido, se
siguiera emocionando con más de 90 años esculpiendo escenas de toros en
el campo. Esta fuerza creadora del arte alrededor de la tauromaquia sigue
muy vigente a pesar de los ataques prohibicionistas que está recibiendo la
Fiesta de los toros en la actualidad.
El gran reto de la importancia de la cultura taurina en todas sus
variantes sería el conseguir que la UNESCO declarara a la tauromaquia
Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad, al amparo de la
Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (París,
2003). Este hecho diferencial sería el gran espaldarazo para la continuidad
de los ritos y fiestas con toros en los ocho países que en el mundo tienen
actividad taurina: Portugal, España, Francia, México, Venezuela, Ecuador,
Colombia y Perú; México ya ha recorrido un camino muy importante para
el reconocimiento por la UNESCO.
Lo que es necesario bien con la declaración de la UNESCO o sin
ella, es que los aficionados a los toros se sacudan los complejos y los
miedos de encima, porque como ya se ha indicado es una actividad legal de
la que no hay que avergonzarse, más al contrario, pues la tauromaquia
posee unos valores éticos que no tienen nada que envidiar a los de
cualquier otra actividad humana lícita y constructiva.
La unión de España y Francia en la defensa de la Fiesta es una
obligación porque la fuerza que emanare de dicha unión sería
prácticamente imparable en la defensa de la Fiesta. Y si esta se emplea para convencer a la UNESCO de que la tauromaquia debe ser considerada como
Patrimonio Cultural Inmaterial de la humanidad, entonces el éxito habrá
sido total. Existen dos organismos en estos países, la Fundación del Toro
de Lidia y el Observatoire National des Cultures Taurines, con unas
estructuras y unos medios nada despreciables, que deben trabajar
conjuntamente en esta dirección como objetivo prioritario, aunando a esta
iniciativa al resto de países taurinos existentes en el mundo: solo si la
petición sale de la unión de todos ellos tendrá posibilidades de ser
aprobada.
Además de este asunto fundamental la unión tiene otras muchas
tareas que afrontar. Ambos países tienen que ir de la mano en la defensa de
la cría del toro bravo ante las instancias comunitarias. No se puede
consentir que cada poco tiempo los parlamentarios de los grupos
ecologistas-Los Verdes, ahora acompañados de nacionalistas y populistas,
propongan la eliminación de la asignación de las ayudas PAC a las
ganaderías de bravo. Esta es una actitud totalmente injusta y totalitaria que
en absoluto se puede consentir. Saben muy bien que la desaparición de
estas ayudas implicaría la de la mayoría de ganaderías de bravo con lo que
“muerto el toro se acabó la Fiesta”, es una maniobra tan burda que hasta un
niño puede adivinar las intenciones perversas. La cría del ganado bravo es
una actividad lícita donde el objetivo principal de producción es la
obtención de comportamiento en forma de bravura, sin olvidar la
producción de carne que cada vez toma mayor protagonismo gastronómico.
Además, ayuda a la conservación de la Dehesa, un ecosistema eco-silvo-
pastoral de gran valor ecológico creado por la mano del hombre a lo largo
del tiempo, donde una parte importante de su superficie se encuentra
habitada por el ganado bravo (unas 350.000 ha.). La Dehesa se ha
convertido en uno de los grandes pulmones medioambientales del sur de
Europa, con una extensión de unos 5 millones de hectáreas en España y Portugal, por lo que este último país ibérico y comunitario debería de
unirse a España y Francia en la demanda de estas peticiones. Tampoco hay
que obviar la gran cantidad de puestos de trabajo -directos e indirectos- que
proporciona la cría del ganado bravo, solo en España se estima que pueden
ser unos 200.000 empleos; en suma, es una fuente de riqueza considerable.
En definitiva, estamos viviendo tiempos convulsos en nuestra
sociedad y una de las actividades afectadas es la tauromaquia. No queda
otro remedio que unirse España y Francia (incluso también Portugal) para
trabajar conjuntamente en la defensa de una Fiesta de los toros legal, que
tiene muchos adeptos y una gran relación con la historia, la sociología, la
ecología, la economía y la cultura.

Antonio Purroy, Catedrático de Producción Animal
François Zumbiehl, Docteur en anthropologie culturelle
Santiago Martín El Viti, matador de toros
Victorino Martín, ganadero

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