La Tauromaquia de Romero de Torres.

Julio Romero de Torres, fiel intérprete del espíritu cordobés, es aficionado al toreo, y frecuenta la compañía de grandes maestros de la época, a algunos de los cuales retrata, mas nunca en el ruedo, pues prefiere escenas estáticas, alegóricas, plenas de simbolismo que, en si mismas, alumbran una Tauromaquia.

La pintura de Romero de Torres se rige por unas claves que coinciden con los valores universales de la lidia, hasta el punto que puede decirse que el genial pintor cordobés mece sus pinceles al compás de la verónica y enfoca sus cuadros del mismo modo que un torero administra terrenos y distancias.

Su obra pictórica puede interpretarse en dos dimensiones: por un lado los motivos propiamente taurinos y por otro la magia de sus demás cuadros, que constituyen una continua y lúcida alegoría de los valores del toreo.

Tauromaquia iniciática.

Siendo aún niño da sus primeros pasos en la modesta revista “El Toreo cordobés”, de la que es durante varios años director artístico, publicando sencillos dibujos a plumilla inspirados en esencia de la fiesta.

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Años más tarde, reviviendo el espíritu juvenil, retrata a Belmonte de novillero en 1909, cuando sólo contaba con 17 años y era aún desconocido para el público. El torero aparece vestido con corbata, imberbe, mirando con seriedad casi infantil al observador. En la esquina inferior derecha del lienzo, junto a la firma del pintor, aparece la siguiente leyenda: “Al gran novillero Juanito Belmonte en prueba de nuestra amistad y también por tu brindis”

Tal vez como manera de completar este ciclo iniciático, en 1929, un año antes de morir, pinta “La niña torera”. En la penumbra bajo tendido, una joven de mirada enigmática, vestida con una taleguilla plúmbea cubre su dorso con un capote de paseo del mismo color. Mira al espectador al tiempo que la luz del ruedo se filtra por una puerta arqueada de la plaza de Las Ventas, situada en la parte superior del cuadro. La influencia del Art Decó resulta evidente en este lienzo, lo mismo que la identidad de su musa, la actriz Elena Pardo, a quien Romero pintó no menos de diecisiete veces.

Tauromaquia magistral.

A principios del siglo XX Romero de Torres acomete un audaz proyecto: quiere realizar una serie de retratos de los grandes toreros de la época. Así en 1900 retrata a Guerrita, segundo califa, algo avejentado tras su retirada de los ruedos. La obra es uno de los emblemas de la pintura taurina y representa al torero con el capote de paseo al hombro junto a las escaleras de su casa. El cuadro se realiza por encargo del banquero López de Alvear y preside el club taurino de Guerra hasta la muerte del espada.

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Recientemente ha sido autentificado un retrato al óleo de Lagartijo, primer califa, al parecer realizado pos mortem, en el que el torero aparece en busto, mirando hacia la izquierda con aire ausente, vestido de paisano.

En 1911 pinta a Machaquito, tercer califa, de cuerpo entero, en postura garbosa posando de luces. El cuerpo del torero se representa fornido y esbelto y tiene como fondo la plaza de la Corredera de Córdoba, lugar en el que años atrás se corrían toros. Hoy se exhibe con gran éxito en el museo de Bellas Artes cordobés.

Seis años después vuelve a representar a Belmonte, en esta ocasión con el capote al hombro, posando desnudo, cubierto apenas por una capa, con registros similares a “La niña torera” y tal vez complemento de un díptico.

El pintor apalabra varias veces el posado de Joselito, rey indiscutible de los toreros, si bien la vida intensa de Gallito y su carácter inquieto dificultan el ajuste, hasta el punto que poco antes de la tarde de Talavera pudo haberse fijado un fecha para el encuentro, encuentro que ya nunca podría producirse.

Tauromaquia simbólica.

El simbolismo de Romero de Torres es uno de los más celebrados de su tiempo, y ha pasado a la historia de la pintura española por su profundidad y clarividencia. En el ámbito taurino existen tres obras que deben conocerse, por mostrar con nitidez el concepto de la Tauromaquia de los primeros años del siglo XX

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“La consagración de la copla” es, para muchos, el cuadro más representativo de la obra del pintor, puesto que en ella confluyen todas las fuentes de inspiración de sus pinceles. Es creada en 1912 y en primer plano aparece Machaquito, en pose idéntica a la de su retrato de un año antes, y al fondo dos estatuas que representan a Guerrita y Lagartijo, completando así el califato. Este cuadro pone de relieve la pasión del pintor por el toreo y la importancia que le atribuye como elemento inspirador y significativo de la cultura cordobesa.

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“Ofrenda al arte del toreo” es, posiblemente, una de las obras más simbólicas y sensuales del pintor. En el lienzo aparece una mujer desnuda, apoyada en una columna, que cubre sus piernas con una capa y sujeta en su mano derecha una rama de laurel, signo del triunfo. Al fondo, iluminado por una luz crepuscular, se aprecia el perfil de un coso en ruinas. En la explanada que separa a la mujer de la plaza existe una gran cruz, simbolizando el sacrificio necesario para obtener el éxito en la Tauromaquia. A los pies de la voluptuosa mujer hay una lápida con tres nombres, Lagartijo, Guerrita y Belmonte. La ruptura del califato por sustitución de Machaquito por Belmonte fue muy comentada en la época, si bien no existe una explicación cabal y no consta que el pintor la justificara en momento alguno.

Una de las obras de mayor carga lírica de Romero es el “Poema de Córdoba”, políptico fechado en 1913 en el que, haciendo uso de su habitual registro alegórico, representa con asombroso patetismo las siete almas de la ciudad. Córdoba guerrera, barroca, judía, cristiana, romana, religiosa y torera se suceden en escenas ricas en simbología, encarnadas siempre por graves mujeres. En el caso de la Córdoba Taurina es la modelo Ángeles Muñoz quien inspira al pintor, portando una capa roja sobre su hombro, cubriendo un rico vestido dorado, y un clavel en su mano derecha. El fondo representa la plaza de la Corredera, engalanada con mantones de manila y, en escultura sobre columna, al gran maestro Lagartijo. Al pie de la estatua aparece el propio Lagartijo brindando la muerte de un toro recién abatido. Es una de las obras que más satisface al pintor y la define como “la reencarnación del pasado en el presente”

Romero también cultiva la ilustración con éxito, elaborando carteles anunciadores, como los de la Feria de la Salud o la gran corrida patriótica que se celebra en Madrid en 1921, siempre respetando su estilo y el aroma refinado de su trazo.

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Tauromaquia póstuma.

En uno de sus más dolorosos trabajos, pues se trata de un amigo, retrata a la plumilla el rostro cadáver de Lagartijo. El torero, que había retado a la muerte sobre el albero más de mil de tardes, fallece en su domicilio de la calle Osario de Córdoba de forma natural el día primero de agosto de 1900 y el dibujo es publicado en Madrid por “El liberal” el día tres. España entera tiene así noticia directa del óbito y llora al maestro, pues fue un torero valiente y hombre generoso y cortés.

Tauromaquia transversal.

El estilo de Romero puede considerarse renacentista y es por ello que, junto al retrato psicológico, pinta al fondo un paisaje explicativo de la realidad del modelo. La influencia de Tiziano y Leonardo, admirados fervientemente por el artista cordobés, es palpable en cada una de sus obras, con luces y sombras conmovedoras.

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Su pintura es profunda y serena; alegórica y simbólica; es femenina y trascendente; y en algunos momentos melancólica y dramática.

La mirada de cualquiera de sus mujeres destila una carga emocional tan intensa que no deja al observador indiferente. Son miradas sobrias, profundas, rigurosas y a la vez enigmáticas. Mujeres atormentadas, sensuales y temibles, que hechizan y atemorizan en un solo instante.

No hay lugar para la frivolidad, no hay artificio ni sonrisas, salvo en Sibila de la Alpujarra en el cuadro “Pecado”, cargado de ironía.

En la obra de Romero no hay fiesta, sino rito solemne.

No hay alegría sino trascendencia.

No hay lugar para la impostura y si aroma intenso, trágico a veces, y siempre grave.

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En sus cuadros nada es casual y todo tiene un significado profundo de raigambre cultural e histórica.

Su obra huye de lo evidente para sugerir al espectador el esfuerzo de la comprensión de una realidad estimulante.

Tal vez el pintor intente, valiéndose de una asombrosa simbología, conectar con el público iniciado y desarrollar una visión de su mundo, de un mundo vigoroso, plural y pleno de contenido.

Los valores que afloran en la obra de Julio Romero de Torres son los de la Tauromaquia eterna.

 

Javier Bustamante para Toro Cultura.

 

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