José Luis Bote: «Les pido que se dejen la vida en ésto»

La carrera de este torero es un torbellino de pasiones con luces y sombras, que van desde el éxito clamoroso en México hasta cornadas durísimas que le arrojan al borde de la muerte, y ponen a prueba su inquebrantable confianza. Nadie sabe a dónde habría podido llegar si los toros y los despachos le hubieran tratado con más equidad. Tal vez a torero de culto. Hoy disfruta del sosiego que dan los años, paladeando su trayectoria, al tiempo que instruye a jóvenes aspirantes en la Escuela Taurina de Madrid, centro en el que se formó como torero y como hombre.

La crónica de Joaquín Vidal en El País del día 18 de mayo de 1992 es un buen referente para entender la carrera de este torero, y contiene, entre otras, las siguientes consideraciones: “Un torero con mala suerte es este José Luis Bote. Un torero magnífico con muy mala suerte, procede precisar. (…) Apena el accidentado destino del hombre, naturalmente, mas también son de lamentar las frustraciones que sufre el torero, estilista en el arte de lidiar reses bravas y conocedor profundo de las suertes. De qué le vale tanta técnica y tanto estilo (…) cuando le es prácticamente imposible desarrollar todo ese bagaje artístico, pues ha de pechar con lo que no quiere nadie.” Aquel día fue corneado de máxima gravedad por un toro de Moreno de la Cova, causándole fractura de dos vértebras y pérdida de movilidad en las piernas. Cuatro años después, vistiendo el mismo terno blanco y oro, entusiasmó al público en Aguascalientes, logrando dos rabos y dejando un recuerdo indeleble en las retinas de los aficionados mexicanos. La cara y la cruz de un oficio que tan bien conoce el torero madrileño y que cada tarde se esmera en transmitir con rigor a sus alumnos del centro que codirige.

Nos recibe en el despacho de la dirección de la escuela situada en la Venta del Batán. Anochece en Madrid cuando nos saluda con cordialidad después de despedir al equipo de la BBC británica, que le acaba de entrevistar para elaborar un reportaje sobre el momento presente del toreo. Viste atuendo clásico, sonríe con franqueza, subraya sus palabras con mirada cómplice y, en ocasiones precisos silencios retóricos. Es el maestro Bote, un estilista de suerte esquiva.

 

Maestro Bote, usted se formó aquí. Su docencia en este centro es el broche dorado para una meritoria trayectoria dedicada al toreo.

Sí, es un privilegio dedicarme a la enseñanza del toreo una vez retirado y poder aportar mis vivencias a los chavales. Cuando ves que funcionan es una gran satisfacción.

Son treinta años de distancia ¿Es ahora igual que antes?

En lo esencial sí, pero antes, cuando yo me formaba aquí, venía en el metro con una muleta o una ayuda y la gente te admiraba y te animaba. En el colegio era un pequeño dios. Hoy sin embargo, estos chicos tienen que esconder su condición de alumnos de la escuela, porque les insultan.

¿Cuáles son las claves de la formación que aquí imparten?

Lo primero es el hombre y después el torero. Tenemos un plan de estudios completo, pero sobretodo formamos a los aspirantes en valores, en los valores del toreo que tan importantes son para desenvolverse en la vida de forma honesta.

¿Cuál es el consejo más difícil que da usted a un chaval en la Escuela?

Sin duda que tiene que dejarse la vida en ésto. Es lo más duro, profundo y emocionante. Decirle “arrímate, pasa esa barrera”, es llevarle a ese límite tras el cual que le puede coger y reventar. Para mi eso es terrible. Tener que exigirle eso es muy duro. Cuando uno de los chavales es corneado de gravedad es muy amargo, porque me doy cuenta de que ha sido herido porque ha hecho lo que le he pedido.

Sin embargo ese sacrificio es necesario para prosperar en el toreo.

Sin duda. No hay más que fijarse en la figuras, que lo tienen todo ganado y van a cara de perro, con las heridas abiertas de nuevo a la plaza. Y toreros a los que han metido en la enfermería con conmoción y un cornalón tremendo y que cuando medio despiertan se van otra vez al ruedo. O en el mismo ruedo se ven con el muslo abierto y siguen toreando.

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Maestro, cuando ve a un chaval venir tres días a entrenarse y le tiene cuatro días en el aula ¿puede predecir si ese chaval va a triunfar?

Desde el primer día, y sin saber torear.

Usted se fija en el estilo, los andares, la actitud…

Esa es la clave, la actitud, y a partir de esa actitud viene lo demás. Lo que pasa es que esa actitud es cambiante y cuando mengua dejas de apostar y te centras en otro. Siempre hay una búsqueda de ese perfil que te gusta e ilusiona.

El que no tiene esa determinación no será torero, pero el que la tiene puede desfallecer, ya que esto es una carrera de fondo…

Al final, te lo digo por experiencia, la constancia es imprescindible. Un buen ejemplo es López Simón, al que tuve en otra escuela desde el primer día. Llegó sin saber coger un capote, y cuando salió para debutar con caballos no había hecho más que crecer. Desde el primer día hasta el último; nunca me decepcionó. Lo que yo sentía al verle entrenarse el primer día lo sentía también el último. Tiene todas las capacidades, buena cabeza y mucha voluntad. Tiene una capacidad bárbara, y si no se deja influir por el entorno llegará muy lejos en el toreo.

¿Cuáles son los valores de un torero así?

Se emociona toreando. Cuando no le sale bien se lleva un gran disgusto. Es un chaval que no falla ningún día, es constante, se lo ves en la cara el primer día y lo compruebas minuto a minuto, hora tras hora, día tras día. Evoluciona, quiere, quiere y quiere.

¿Es eso más importante que la inspiración, las maneras la estética…?

Eso es más importante que todo. Hay palos en el arte de distinta inspiración, pero esa actitud es universal, querer, querer y volver a querer. Rondeña versus sevillana, más o menos pinturería … Ambas tienen su aportación, pero la voluntad está por encima de todo.

¿Qué toreros le gustan en la actualidad?

El que más me ha impactado en los últimos años ha sido José Tomás. Me quito el sombrero. Verdaderamente, yo que me he puesto delante del toro y se lo que hace el toro, y se cual es la barrera que hay que pasar, me parece que este tío la traspasa. Ha puesto el torero muy caro. Después de José Tomás las figuras tienen que hacer cosas que en otros tiempos no se hacían. Antes cuando salía un toro complicado tenías más o menos recursos, pero es que José Tomás se lo hace al bueno, al malo y al regular, poniéndose en el mismo sitio con todos. Otro detalle: el viento. A mi el viento me preocupaba, era algunas veces terrorífico. Nosotros nos excusábamos con el viento, pero llegó José Tomás sin inmutarse, se ponía a 20 metros del toro y el tío, con la muleta medio volando, lo citaba si menearse. Para esto hay que ser un dios.

El Niño de la Capea dijo que ser torero exige ir algunas tardes a la plaza sabiendo que vas a morir. ¿Opina usted lo mismo?

Totalmente. Eso es real.

¿Ha ido usted a la plaza pensando que esa era tu última tarde?

Sí. Yo he toreado en Madrid un 15 de agosto, pensando en quitarme del toreo, porque llevaba una mala racha. Sabiendo que tenía que pasar algo muy importante. Y estuve a punto de abrir la puerta grande. No lo conseguí porque pinché, pero le corté una oreja al primero y ese segundo aún pinchándolo logré una vuelta al ruedo. Y a partir de ahí volví a tomar confianza e ilusión, y a sentirme con futuro.

¿Cómo vivía usted esos instantes críticos en los que puede triunfar o perder la vida?

Hay veces en que uno ni siquiera es consciente de que está pasando esa barrera del riesgo máximo. Yo en aquella corrida de Madrid me asusté viendo después el vídeo, y no tanto en la plaza. Recuerdo que mi segundo toro, me hizo una de las cosas que más temor me causaban, que es cuando los toros se emplazan. A mi me cogió un toro en Benidorm porque se emplazó. Me cogió y me corneó el pecho contra el caballo; era un toro muy manso. Estuve 48 horas al borde de la muerte. Me reventó por dentro, páncreas, duodeno, hígado… un destrozo considerable.

A partir de ese día, cuando se me emplazaba un toro, me recordaba a aquel y pasaba un quinario. Pues aquella tarde en Madrid me hizo eso mismo el toro, pero no le di importancia. Me fui para el toro y lo paré como si fuera una becerra en el campo. ¿Cómo se explica eso? Cuando vi el vídeo me preguntaba que me había pasado para verlo tan claro, sin pasar miedo, y más con las sensaciones de aquel cornalón.

Dicen muchos toreros que en la plaza se pasa miedo sobre todo en los momentos previos; que cuando sale el toro uno se suelta y se disipa. Sobre todo tienen miedo a no estar a la altura de las circunstancias, a defraudar al público más que a la cornada ¿Cómo vive usted el miedo?

Depende de las épocas. Ha habido tardes que las he vivido con pánico, bueno, casi con pánico. Pero en otras tardes estás tan a gusto con el toro. La plaza que más me pesaba de todas era Madrid. Pues bien yo he tenido tardes en Madrid en las que me he sentido muy bien y no deseaba que se acabara aquello, y otras en las que cada minuto se me hacía eterno. Creo que depende del momento de los toreros. Depende de la mentalización, por eso nosotros trabajamos mucho la mente. Que el torero no se descentre, que piense en el toreo. Creo que la mentalización es fundamental y lo veo también ahora que no me visto de luces. Ahora veo esos toros enormes y me da la impresión de que no me he puesto delante de ellos, y me he puesto con esos y con otros más grandes. Si me tuviera que poner delante de ellos hoy, sólo con oírles la respiración estaría majareta perdido. O sea que es una cuestión de cabeza. Si estás con la necesidad de triunfar en ese momento haces lo que haga falta para cortar orejas. Luego cuando no tienes esa necesidad ya no es tan fácil. Pensar en volver ante esos pitones da mucho miedo. Ahora no sería capaz de ponerme delante de ese toro.

Si yo le enseñara una foto de un toro que ha lidiado usted, por ejemplo en 1990, ¿sería capaza de recordar el comportamiento del toro y como fue la faena?

Sí. Aquí se pasa mucho miedo. También con el toro actual que es más noble, pero si te equivocas te revienta.

¿Pasaba miedo físico?

Sí, también. En realidad va por momentos. Yo por ejemplo en los hoteles lo pasaba peor que delante del toro. Yo, si no estaba muy cansado, prefería evitar el hotel, porque encerrarme entre esas cuatro paredes, empezar a darle vueltas, pensar en qué toro me va a tocar, cómo será, qué viento habrá, eso es terrible. Como también se sufre en el patio de cuadrillas. Por ejemplo en Madrid, cuando vas llegando a la plaza no veas la que te entra. Cuando entras en la plaza y pasas del patio de caballos al portón, ese momento es criminal.

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Decía Belmonte que ningún torero firmaría un contrato en un patio de cuadrillas.

Claro. Ese momento es criminal, es uno de los instantes en que nunca me he sentido cómodo, nunca me he sentido bien.

Sin embargo, afortunadamente, casi todos los toreros salen por su pie de la plaza ¿no es posible aferrarse a la estadística?

Pero es que la estadística dice que hay muchas cornadas, lo que ocurre es que en la actualidad mueren pocos toreros, pero mueren menos porque la medicina ha mejorado mucho. Tenemos unos fenómenos que se llaman cirujanos que son unos verdaderos artistas.

¿Cómo ve el futuro, concretamente el de esta Escuela que usted codirige?

Nosotros tenemos un proyecto y vamos a llevarlo adelante. Estamos siendo acosados y desde el Ayuntamiento nos amenazan de desahucio. No creo que lo consigan porque estamos dispuestos incluso a encadenarnos para evitarlo. Lo más fácil sería abandonar e ir a otra escuela, pero esta tiene más de cuarenta años de historia y es le lugar en el que nosotros nos formamos.

 

La entrevista toca a su fin. Los maestros Fundi y Rafael de Julia, codirectores también, se acercan a la reunión que se convierte ya en tertulia. Mientras, los alumnos de la escuela depuran su técnica practicando toreo de salón en un hangar cercano a la plaza de tientas de El Batán. Es tarde, el frío y la humedad han tomado el parque, pero en la oscuridad sigue latiendo el deseo ferviente de los chavales por ser toreros, y la ilusión de sus maestros por ayudarles a conseguirlo.

 

 

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