El coronavirus recuerda que la naturaleza sigue siendo brava y letal

El ser humano vive a principios del siglo XXI adormecido en una falsa sensación de inmunidad. La Ciencia es la medida de todo y parece el remedio inmediato a cualquier mal que pueda presentarse. Científicos y pensadores especulan con el tiempo que va a tardarse en convertir al hombre en un ser inmortal. Cien, cincuenta o incluso menos años serían suficientes para degradar a la muerte a la categoría de un mal sueño.

Sin embargo la aparición de un coronavirus procedente de un animal insignificante en la cadena trófica y en peligro de extinción ha vuelto a presentar con toda crudeza el rostro real de la naturaleza, cruel con el ser humano, implacable, sin atender a razones de equidad o justicia social. Cada cultura ha desarrollado a lo largo de la historia procedimientos para conjurar este peligro. Pinturas rupestres, mitos, cantos, hechizos y sacrificios rituales han servido al hombre para memorar la amenaza y advertir de su inminencia. Y sin embargo las pandemias se muestran implacables, con una periodicidad imprevisible, siendo amenazas que percuten, diezman y empobrecen a las sociedades.

Comprender este principio es imprescindible para afrontar la vida con realismo y garantías de éxito. El ser humano debe vencer a las fuerzas naturales desde el respeto. Debe dominar sin desnaturalizar. Debe intentar la superioridad desde la observancia de los ecosistemas, mas siempre considerando la inteligencia como bien supremo. El discurso animalista que pone en plano de igualdad a animales y personas es el mayor de los errores que la humanidad puede cometer, porque sería tanto como renunciar a la experimentación científica, a la producción económica de alimentos, al desarrollo de medicamentos, al progreso, a la salud y al bienestar de las personas.

Sin embargo la memoria es débil, manipulable y acomodaticia, para implantar este principio en el imaginario colectivo son necesarios un discurso claro y referentes didácticos.

El primer impulso es retomar el discurso humanista, corriente de pensamiento que ha aportado las más altas cotas de bienestar y justicia social de la historia, poniendo al humano en el centro de todo, sin discriminar por razón de edad, sexo, raza o credo, admitiendo sin ambages su supremacía sobre el resto de criaturas que pueblan el planeta.

El segundo consiste en implantar referentes públicos y tangibles que muestren la amenaza  de la naturaleza, su potencia devastadora, y su capacidad de destrucción. Es necesario escenificar esa lucha ancestral y desigual, exponer las debilidades humanas, mostrar su vulnerabilidad, y el modo en que el hombre pude dominar a la naturaleza desde el respeto, haciendo uso de la valentía y de la inteligencia. Ese es el valor cultural y antropológico de la tauromaquia, que muestra de manera cruda el conflicto del hombre con la naturaleza, el modo de armonizarlo y convertirlo en filosofía de vida.

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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