El tesoro oculto de Cossío

Cuando sopla el viento del norte trae el aroma del mar Cantábrico. Cuando el del oeste el aire puro de los picos de Europa. Y cuando el noroeste, que es casi siempre, una mezcla de ambos, fresca y limpia, que hace de Tudanca un pequeño paraíso rodeado de cumbres y laderas de vértigo.

La rústica población montañesa, tan lejos de todo, con poco más de cien habitantes censados, alberga en su casco más historia y más literatura que algunas ciudades inteligentes, pues su hijo predilecto, José María de Cossío, vivió allí, en la Casona de Tudanca, cápsula temporal de la vida de un literato capital. Lo hizo con orgullo y dedicación, hasta el punto de convertirse en alcalde entre 1933 y 1936, cuando contaba con algo más de mil habitantes, y de legar a su tierra un asombroso tesoro, un tesoro desconocido que puede ahora visitarse con el acompañamiento de un guía.

Estudia derecho en Valladolid, ciudad que le vio nacer en 1892, para cursar después en Madrid el doctorado. Más tarde se licencia en Filosofía y letras en Salamanca. En 1920 publica su primer poemario, “Epístolas para amigos”, antecedente de los más de veinte títulos que componen su curriculum. Destaca entre ellos la enciclopedia “Los toros”, obra fundamental de la literatura taurina, encargo de José Ortega y Gasset, que consta de doce tomos de más de mil páginas cada uno, si bien José María sólo es autor de los cuatro primeros. Colabora con ABC, El Sol y Revista de Occidente, ingresando en la Real Academia de la Lengua en 1948, con un brillante discurso sobre Lope de Vega. Es un bibliófilo militante, que obtiene el reconocimiento del mundo de la cultura, decenas de galardones y membresías de honor en entidades de gran prestigio.

La casona es un magnífico ejemplo de arquitectura montañesa de la época, e integra además capilla, torre sobre pasadizo, y establo, en un conjunto funcional de gran valor histórico, blasonada con el escudo de armas de la familia.

Construida en 1752 por Pascual Fernández de Linares, un rico indiano que hizo fortuna en el Perú, pasa a manos del literato por herencia de una querida abuela, con quien gozaba los veranos cuando niño en el valle del río Nansa. En 1975 la cede a la Diputación Provincial de Santander, a cambio de una pensión vitalicia, a condición de que se conserve adecuadamente, y en 1983 es declarada Bien de Interés Cultural de Cantabria.

En ella disfruta de la vida y de la literatura en compañía de buenos amigos, como Miguel de Unamuno, Giner de los Ríos, Concepción Arenal, Gerardo Diego, Gregorio Marañón, Matilde Camus y Justo Guisández. Y por supuesto Miguel Hernández, tal vez el más íntimo de todos, al que contrató como investigador y documentalista de la historia del toreo, cuya vida salvó en la posguerra al lograr que el tribunal militar conmutara su pena de muerte por cadena perpetua.

Rafael Alberti pasó largas temporadas, inspirándose en la naturaleza agreste hecha de roca y nieve, y escribió allí el primer volumen de “La arboleda perdida”, libro de memorias que recoge casi un siglo de su historia vivida.

Alberga la biblioteca del autor, con más de 25.000 volúmenes, cartas, fotografías, cuadros, carteles de toros y muchos otros recuerdos de familia. Por expreso deseo de su creador la biblioteca ha de conservarse sin alterar el censo de libros, no han de salir y tampoco entrar, pues es una colección tan extensa como personal, y el fundamento del espíritu de Cossío.

De entre los más destacados es obligado citar el manuscrito original de “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” regalado por Federico García Lorca. También estuvo en La Casona el manuscrito de “La familia de Pascual Duarte”, regalo de Camilo José Cela, en el que figura el ex libris de la Casona, si bien a la muerte de su legítimo propietario le fue devuelto a su autor por presiones del mismísimo premio Nobel.

De igual modo acoge grabados originales de “La Tauromaquia” de Francisco de Goya, retratos de Ignacio Zuloaga y cuadros de Cortellini y otros pintores románticos.

Existen vitrinas con valiosos objetos cotidianos de Cossío y sus amigos, como un bello dibujo de Federico García Lorca dándole la bienvenida honorífica al grupo teatral “La Barraca”, el billete kilométrico de la cuadrilla de “Gallito” incluyendo a Cossío con fotografías de todos ellos, o retratos dedicados firmados por el propio “Gallito”, Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y Cayetano Ordóñez, “Niño de la Palma”.

Se conservan también cinco mil cartas, muchas de ellas manuscritas, resultado de la correspondencia que el autor mantuvo con más de cien personas, ilustres o anónimas, entre las que están los matadores Juan Belmonte, José Gómez (Gallito), Ignacio Sánchez Mejías, Cayetano Ordóñez (Niño de la Palma), Manuel Jiménez (Chicuelo), Agustín Parra (Parrita), Rafael Gómez (El Gallo), Antonio Bienvenida, Manuel Benítez (El Cordobés), Julio Aparicio y Manuel Jiménez (Chicuelo).

También empresarios y ganaderos, como Jardón, Pagés, Pablo Romero, Félix Moreno de la Cova, ; fotógrafos como Antonio Calvache; filósofos del toreo como  Camisero y Federico Alcázar; aristócratas, como el Duque y la Duquesa de Alba, el Marqués de Albayda; y gente de la farándula como La Argentinita.

Y como es natural pensadores y literatos de su tiempo, entre los que destacan Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Julián Marías, Federico García Lorca, Camilo José Cela, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, José María Pemán, Rafael Sánchez Mazas y José Bergamín.

La capilla de la casa se sitúa junto al vestíbulo, ocupando una pequeña sala de techos elevados que conforman una bóveda de crucería polícroma. En ella destaca un vistoso retablo barroco de inspiración colonial en tres plantas en coral y oro, junto con rica platería del otro lado del océano.

Sobre un sencillo mueble se conserva una Macarena tallada en madera que acompañaba a uno de los grandes amigos de Cossío, el maestro José Gómez “Gallito” en todos sus viajes artísticos, ante la que se postraba para orar antes de citarse con la muerte sobre el albero. En la actualidad luce un bello mantón verde con bordado en oro confeccionado a partir de un capote de paseo del torero de Gelves. Se trata de una pieza de una enorme significación histórica por ser testigo mudo de la odisea de trágico final que vivió el mejor torero que han visto los tiempos.

Junto a ella, tras superar un corto pasillo de halla el despacho de Cossío, una amplia y luminosa estancia orientada el sur en la que destaca un anaquel enrejado con un impresionante cristo de marfil en su parte central, la mesa escritorio y un sobrio sillón de cuyo respaldo aún cuelga el bastón que el literato empleó en los últimos años de su vida.

En esta planta principal existen dos salones bellamente decorados con mobiliario autóctono, alacenas que contienen vajillas de plata indiana y ricos ponchos traídos en el siglo XVIII del Perú por Pascual Fernández de Linares. Uno de ellos representa sobre terciopelo grana con hilo de plata imágenes de toreo ecuestre así como una suerte de simetría de plantas y animales de la América del sur.

En el lugar más sombrío de la casa, orientado al norte con una diminuta ventana, se encuentra del dormitorio de Cossío. La sobriedad es la nota mas definitoria de este espacio, con una gran cama que cubre un tercio de su superficie bajo la cuál existe un pequeño almacén secreto, un ligero escritorio con candil y vela, un aguamanil con espejo, dos estanterías de madera desnuda, una fotografía de su adorada madre, y el gran retrato que Ignacio Zuloaga hizo de su amigo y admirado Cossío sobre cartón con pintura de cera.

En el cementerio de Tudanca, anexo a la iglesia de San Pedro reedificada a principios del siglo XVIII, es de una sencillez austera, con nichos verticales y sólo dos tumbas inhumadas. La de la derecha reza “Familia Cossío”, y la de la izquierda “Excelentísimo Señor José Mª de Cossío y Martínez-Fortún, 1892 – 1977”. No fue éste su primer lugar de descanso, ya que al día siguiente de su muerte fue enterrado en el panteón familiar de su Valladolid natal. Sin embargo sus deudos sabían de sus sentimientos y de su voluntad de que sus restos y su recuerdo siguieran viviendo en el lugar en el que fue más feliz.

Hoy el espíritu de Cossío sigue presente en este recóndito escenario, donde se representó durante casi un siglo la función más bella que pensadores, escritores y toreros pudieron oficiar, que no es otra que la propia vida.

Javier Bustamante

Para Toro Cultura

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