La sultana del norte

La arcada neomudéjar que conforma el anillo superior del coso decorada con los hierros de las más afamadas ganaderías de finales del siglo XIX, las cien banderolas que se mecen sobre la andanada al son del aire tibio de la tarde, y los capiteles polícromos en hierro que conforman la arcada superior, confieren a esta plaza un aroma inequívocamente meridional, más propio de las orillas del Guadalquivir que de la costa cantábrica.

Tiene embrujo el ruedo, cubierto de finas arenas pardas, limos de ríos salmoneros que vienen de lo alto de las cumbres, tal vez de los Picos de Europa . Más de cincuenta metros de diámetro en el que por Santiago rinden su bravura toros de diversos encastes desde 1890, año en el que se inaugura la plaza de Cauatrocaminos de Santander.

El día del patrón de aquel año, Cara Ancha y Mazzantini despacharon una corrida inicial de Conde de la Patilla. Al día siguiente repitieron ambos espadas lidiando una de Veragua. Y el día 15 de agosto El Guerra protagonizó el tercer festejo encerrándoose con seis de Saltillo, cortando la primera oreja. Desde entonces son cientos los acontecimientos reseñables que albergó este circo. Todos los encastes y todos los toreros destacados se han dado cita en este espacio mágico, reducto mudéjar con aire andalusí en el corazón de la cornisa cantábrica. De entre ellos destaca lo acontecido el día 26 de junio de 1913, cuando se dieron tres corridas de toros en una sola jornada, de los hierros de Saltillo, Benjumea y Parladé. El evento comenzó a las diez y media de la mañana y finalizó a la anochecida, con presencia de Bombita, Machaquito, Pastor, Gallo, Cocherito y Gallito Chico, que lidiaron con docena y media de bravos. Todas las competencias vivieron aquí capítulos destacados, y las edades de oro, plata y bronce de la tauromaquia han dejado sobre el albero parduzco gotas de sangre y gloria que el aficionado intuye cada tarde de toros.

La Sultana del norte guarda para si multitud de enigmas, y entre ellos uno sorprendente, pues en el friso superior, además de los hierros de las principales ganaderías de la época en que fue construida, está representado un cangrejo engarzado en una S, inicial de la capital cántabra. Se ignora en motivo de este grafismo, si bien se cree que al arquitecto, Alfredo de la Escalera, debió sobrarle un espacio y decidió desafiar al futuro con un críptico mensaje. Qué quiso expresar quedará siempre en el universo de las especulaciones, mas hay quien opina que es un homenaje a los otros héroes, a aquellos que no se visten de luces y desafían cada día a la fuerza bruta del mar y a las criaturas que lo habitan.

El exterior es un polígono regular de dieciséis lados en manpostería enrasada y encalada que da acceso a las diez mil localidades que afora, y a las dependencias propias del coso, así como al museo taurino. En él duermen la memoria vestidos de torear, cabezas de toros que lidiaron con ejemplaridad en este coso, carteles de relumbrón, entradas de tardes de hace más de un siglo y grabados singulares que muestran las diversas suertes ejecutadas con pureza. Son reliquias en clave local que rememoran casi siglo y medio de tauromaquia universal.

Uno de los ángeles malditos del toreo, Felix Rodríguez, está presente en el pensaminto de la afición santanderina, como lo está en el exterior del coso de Cuatrocaminos, inmortalizado en un magnífico bronce a tamaño natural en el que, capote a la espalda, parece burlar a un toro. Nacido en esta capital en 1905 pronto emigró a Valencia donde comenzó a relacionarse con el mundo del toro, convirtiéndose en una figura en ciernes. Hombre de luces y sombras, propenso a los excesos, hubo de abandonar el oficio por efecto de una enfermedad degenerativa que le provocó una parálisis y le arrebató la vida al filo de cumplir cuarenta años.

La plaza de toros de Cuatrocaminos está entre la media docena de cosos más bellos de España, destila aromas añejos por cada uno de sus rincones, guarda para si enigmas sorprendentes y rinde homenaje al uno de los ángeles caidos del toreo más carismáticos. Visitarla y vivir en ella una tarde de toros es una experiencia distinta y gratificante.

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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