Los toros de Cuadri desdicen su leyenda
Venía a Azpeitia una corrida del legendario hierro de Cuadri, musculada, con romana y trapío de plaza de primera a revalidar cuantos triunfos acredita en el diminuto coso guipuzcoano y resultó un desengaño, por cuanto no hubo casta, ni celo, ni siquiera la emoción que siempre asiste a los espectadores en este tipo de funciones. Salían de toriles hercúleos, en capas negras, cornamenta obscura, con fuerza desatada, reconocían el terreno girando el anillo al galope, remataban algunos en los burladeros y ahí se acababa el carbón. Tres de ellos, segundo, tercero y quinto, desarrollaron una nobleza claudicante, más propia de otros encastes, a la que no asistió la casta brava, enseña de la ganadería de Trigueros, y devinieron el la intrascendencia. Los otros tres mansearon sin rubor, desdiciendo el relato que ha hecho de esta ganadería emblema de la afición.
Ante un encierro así los lidiadores mostraron distintos perfiles y actitudes que definen su estado y predicen su futuro.
Rubén Pinar porfió pases sobre ambas manos, desconfiado, las más de las veces sin cruzarse, obteniendo dos silencios, poco botín para un torero tan dotado técnicamente que aspira a escalar puestos en el escalafón.
Pepe Moral mostró una gran decisión desde que se abrió de capa, recibiendo a la verónica con ajuste y hondura en sus dos turnos, cargando la suerte y saliéndose a los medios, rematando con medias de buen trazo. En el último tercio exhibió un gran valor, toreando asentado, cruzado en terrenos comprometidos, logrando series de alto valor estético. El público valoró su arte y entrega, concediendo una vuelta al ruedo en su primero y una cerrada ovación que saludó en su segunda intervención.
Tomás Campos tiene un concepto clásico en el que la quietud y la suavidad son ingredientes clave. Con cuatro temporadas de alternativa tiene aún un gran recorrido, y tardes como la de hoy sirven para adquirir experiencia y forjar su voluntad de triunfo. Ha citado despacioso, solemne por momentos, mas sin mando ni ligazón a dos toros aplomados que no tenían lidia sencilla, ante la indiferencia del público que silenció su labor.
Algo pasa con Cuadri y ha de resolverse a la mayor brevedad posible, puesto que el toreo necesita de hierros así en plenitud, garantes de la integridad del toro y custodios de la casta brava sobre la que se asienta la Tauromaquia.
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