Media verónica en una de rejones

Pedrito de Mérida había visto el toro. Guarecido en el burladero de la segunda suerte explicaba al caballero rejoneador Roberto Armendáriz qué hacer y por qué hacerlo, en un registro pedagógico impropio de su oficio. El jinete decidió cambiar de montura y fue entonces cuando el auxiliador se hizo presente en el albero, se acercó quedo al toro, con las piernas juntas y paso breve, entró en jurisdicción y dibujó cuatro verónicas sueltas, sin ajuste, con moderado afán de lucimiento, hasta que vio que el viaje del toro era franco y remató con una media llena de aroma, de cierto aire belmontino, desmayadas las manos y bajo el capote, con el mentón hundido en el pecho. Más allá del recurso lidiador Pedrito de Mérida puso las gotas de esencia torera de la noche.

El resto del festejo se dibujó entre alardes de monta alejados de la cara del toro, galopes al hilo de la barrera, sombrerazos, guiños al tendido, sonrisas y lidias muy convencionales, las más de las veces escasas de ajuste.

El público se divirtió y ya se computa el primer triunfador de la feria, Roberto Armendáriz, jinete navarro que supo conectar con el tendido y ofreció detalles que calaron en el ánimo de los asistentes.

Reseña:

Iradier Arena de Vitoria. Un cuarto de entrada en noche plácida.

Toros de Castillejo de Huebra corpudos, cuajados, con edad y romana, reglamentariamente desmochados para el arte del rejoneo. Mansos y descastados.

Roberto Armendáriz: Oreja y oreja.

Manuel Manzanares: Silencio y silencio.

Óscar Borjas: Oreja y aplausos.

 

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