Rafaelillo abre la puerta del encierro
Abrir la puerta del encierro es una experiencia de enorme carga simbólica, ya que implica que se ha triunfado en una plaza mítica como Pamplona, en la que se lidia el toro más serio del mundo. Es también un hito emocional, pues se ha desafiado con éxito a la muerte ante temibles fieras, cabezas de camada de los hierros de mayor prestigio. Superar el umbral de la Monumental, percibir la luz del atardecer que viene del Baluarte y escuchar los vítores del público entregado, es zambullirse de nuevo en la vida que bulle en cada rincón de la calle Estafeta, Mercaderes y la Plaza del Castillo. Rafaelillo vivió ayer esa experiencia, eufórico, gritando de alegría, ganándose a pulso un triunfo de indudable mérito.
Viajó desde Zahariche un encierro de impresionante trapío, variado de capas, huesudo, alguno destartalado, vareado y con gran alzada. Sin embargo no hicieron gala de su apostura, ni de la leyenda que asegura que lo de Miura es duro, correoso y con tendencia a orientarse, pues la mitad del encierro mostró nobleza y endeblez impropias de su estirpe.
Tuvo enfrente a tres toreros adscritos de oficio a este tipo de corridas, poco placeados en la presente temporada ya que sólo se habían vestido de torero diez veces entre los tres, y fue Rafaelillo quien obtuvo un triunfo sonado. Basó su éxito en un valor descomunal, que le pudo costar caro, pues fue prendido por el cuarto y arrojado al aire con violencia a no menos de dos metros de altura, en dramática voltereta, golpeando en su caída primero en el lomo del toro, y luego en el duro albero pamplonés. La disposición de este torero es siempre conmovedora. Recibe a sus toros de rodillas, allá cuál sea su encaste, ensaya el toreo fundamental, como ayer con su noble y flojo primero, y si el toro no pone la bravura, como hizo el incierto cuarto, torea él por los dos. Rafaelillo porfiaba pases sueltos ante el cárdeno oscuro de 660 kilos, se adentraba de lleno en el terreno del toro, se cruzaba al pitón que correspondiera y, si era necesario, emprendía una breve carrera pensando ya en el nuevo pase. Por momentos sólo se veía toro, pues la levedad del matador contrastaba con la impresionante corpulencia de nevadito, quien por navidad habría cumplido los seis años. Se tira tras la espada con una verdad y un hambre de triunfo como no abundan en el escalafón superior, a toma y daca, buscando el éxito a cualquier precio.
Javier Castaño lidió también un lote variado; noble y flojo su primero, con el que ensayó el pase en redondo y el natural hasta donde las fuerzas del cárdeno claro se lo permitieron, ganando un trofeo. Geniudo y de viaje corto resultó el colorado al que lidió a media altura en una faena medida, que le habría reportado la segunda oreja de no fallar con el descabello. Dejó algunos pases de gran hondura, la impronta de serenidad y dominio, que siempre le acompañan, y algún detalle pintoresco, como citar a su segundo junto a las tablas sentado en una silla.
Rubén Pinar ofreció al sexto, el toro más noble del encierro, una faena pulcra, especialmente por el pitón derecho, por el que el toro mostraba mayor codicia. Los pases, casi todos a media altura, tuvieron todo el temple y el sabor que el trote miureño permitía, mostrando una templanza impropia de quien torea tan pocas tardes. Miró al tendido en una serie de naturales y ensayó un pase circular de trescientos sesenta grados jaleado por la peñas. Sonó la música de la Banda Municipal como homenaje a los pasajes de mayor relevancia artística de una tarde, que le granjearon un merecido trofeo, que pudieron ser dos si el presidente se hubiese dejado llevar por las protestas de una parte del público.
Tres toreros valerosos, cada uno con sus registros, ante una corrida floja y descastada, que sin embargo propició un sonado triunfo. Tal vez, les sirva para continuar siendo referencia en el circuito de las tardes de miedo intenso, y a mantener el hábito de vestirse de luces cada cierto tiempo, para escribir nuevas páginas de gloria.
Reseña:
Plaza Monumental de Pamplona, lleno en tarde soleada y agradable.
Toros de Miura, altos, vareados, huesudos, agalgados, cornalones, variados de capas en negro, cárdeno y castaño; flojos y de comportamiento diverso. Primero: Dos puyazos de mucha sangre; dobla las manos, noble, humillando en algunas fases. Segundo: Dos fuertes puyazos; dobla las manos, noble y codicioso por el pitón derecho, por el izquierdo corta el viaje. Tercero: Un puyazo fuerte y un picotazo; flojo, descastado, de tranco cansino, cabeceando y revolviéndose por el pitón izquierdo. Cuarto: Un puyazo duro y un picotazo; flojo, descastado e incierto. Quinto: Un puyazo y un picotazo; flojo, geniudo y deslucido. Sexto: Un puyazo y un picotazo, codicioso, repetidor, noble por el pitón derecho, corto por el izquierdo; aplaudido en el arrastre.
Rafaelillo, de fucsia y oro: Estocada algo caída (oreja); Pinchazo y gran estocada (oreja tras aviso)
Javier Castaño, de teja y oro: Estocada delantera caída (oreja) Estocada y seis golpes de descabello (ovación y saludos)
Rubén Pinar, de coral y oro: Dos pinchazos y estocada caída (silencio); Estocada trasera caída (oreja con petición de la segunda)
Incidencias:
Rafaelillo fue cogido por el cuarto cuando lo pasaba de muleta, y lanzado a dos metros de altura, cayendo sobre el lomo de toro con un fuerte costalazo.
Ambiente festivo en los tendidos, con el repertorio musical habitual en las peñas.
Javier Bustamante
para Toro Cultura
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