Las fuerzas telúricas sacuden Madrid

La plaza de toros de Las Ventas sufrió ayer varios episodios telúricos que dejaron extasiados a los aficionados, a esos que colgaron el cartel de “no hay billetes” desde por la mañana. El más intenso se produjo durante la lidia del sexto toro, un ejemplar encastado de Alcurrucén que había tenido una pésima lidia tras una salida abanta. Todo lo que no debe hacerse durante los dos primeros tercios ocurrió: huidas del caballo, puyazos al relance saliendo suelto, sainete en banderillas en las que el toro tardaba en arrancarse, medios pares de sobaquillo y toreros tratando de cuartear sin compañeros cercanos que pudieran hacer el quite. Parecía que las cuadrillas se afanaban en aplicar en rigor el Plan Bolonia para maleducar, en este caso a un toro. Y debió de tratarse de un experimento fracasado, pues el negro abanto mal picado peor pareado se presentó con pocas expectativas ante la flámula de Ginés Marín, y en ese instante la tierra rugió con fuerza. El enjuto torero le mostró el señuelo y se vino con velocidad y convicción hacia el mismo, con la evidente intención de cogerlo y cornearlo. Mas hubo temple y hondura en las muñecas del torero que componía, casi siempre al natural, bellísimas series, mandando, enroscándose el toro al cuerpo, rematando los embroques en la cadera con suavidad y armonía filarmónicas. Hubo naturales largos y lentos, alguno interminable, cambios de mano inspirados, molinetes y pases de pecho que hacían palpitar el corazón del aficionado. Corazón que comenzó a latir a ritmo de puerta grande cuando vivió una serie excelsa de naturales de frente, mano baja, riñones encajados, que tuvo crujido. Sólo faltaba una estocada eficaz para que el coliseo se poblara de pañuelos, y cuando el toro dobló en bravo con el acero en el hoyo de las agujas hubo una eclosión en blanco pidiendo premio para el matador, premio que fue de dos orejas, pasaporte hacia la puerta de la calle de Alcalá, por la que salió izado a hombros de una multitud que se movía a ritmo de procesión con el nuevo mesías en hornacina de plata.

El segundo seísmo se había registrado un par de horas antes, cuando el torero más inspirado y comprometido del escalafón dibujó la verónica, quitó por chicuelinas, galleó por delantales y compuso una obra magna en el primer tercio. En el de muerte pasó ayudándose por alto, dibujó el natural con su impronta inconfundible, cambió de manos, instrumentó molinetes y aún tuvo tiempo de ofrecer una serie de naturales lenta y templada ya con el estoque de acero en sus manos, estoque que hundió hasta los gavilanes tras en morrillo, para ganar un trofeo. Y todo, cada giro de muñeca, cada paso de su pié, cada mirada al toro, todo con ese don indescriptible que se llama torería. Este episodio se vivió con la máxima expectación, hasta el punto que el silencio tomó el coso y podía escucharse la respiración del toro y le jaleo del torero para provocar su embestida. Tal es el respeto y la admiración que la afición de Madrid tiene por Morante de la Puebla que la consiguiente vuelta al ruedo duró tanto como la faena de muleta, pues el diestro se dignó en corresponder a cuantas muestras de afecto, sombreros, puros, banderas nacionales y capotes infantiles le llegaban desde el tendido.

El tercero se ubica temporalmente entre los dos anteriores, cuando López Simón citó en los medios por estatuarios al bellísimo colorado que mediaba el festejo. Se vino como un tren de mercancías y no debió manejar bien el paño rojo porque lo arrolló con gran violencia e hizo por él en el suelo, propinándole una enorme paliza de la que salió paralizado y posiblemente magullado y dolido. Cuando lo retiraron en brazos, entre el estupor del público, y llegó al burladero de matadores conmocionado, se comprobó que no estaba herido, y pudo continuar la lidia con gran arrojo.

Tres seísmos en una misma tarde, de diferente naturaleza e intensidad, que muestran la amplitud de los registros emocionales de la Fiesta, divergentes, que hacen de este rito el más culto de la historia.

 

Reseña:

 

Plaza de toros monumental de Las Ventas. Martes doce de octubre de 2021. Lleno de no hay billetes dentro del aforo permitido. Tarde cálida y luminosa.

 

Toros de Alcurrucén bien presentados, en capas negras, coloradas y castañas.

Primero: Castaño. Un puyazo y un picotazo. Noble, con la cara a media altura, de viaje corto y querencia en chiqueros. Palmas en el arrastre.

Segundo: Negro. Con eversión al caballo. Un puyazo junto a toriles y otro en el siete. Deslucido, con la cara a media altura, de viaje corto. Pitos.

Tercero: Colorado de bella lámina aplaudido de salida. Un puyazo rectificando uno trasero, y un picotazo saliendo siempre suelto. Justo de casta. Muere con bravura. Pitos.

Cuarto: Negro lucero. Abanto. Dos puyazos duros. Distraído, reservón, con carbón. Pitos.

Quinto: Colorado, bien armado. Abanto. Tardo en varas recibe dos puyazos. Tardo, distraído y reservón. Pitos.

Sexto: Negro. Abanto. Un puyazo tardando y otro al relance saliendo en huida. Encastado y con carbón. Muerte de bravo. Ovación.

 

 

Morante de la Puebla, de celeste y oro: Estocada (oreja). Pinchazo, media estocada y golletazo (silencio).

 

López Simón, de azul marino y oro: Estocada (ovación). Estocada (silencio).

 

Ginés Marín, de Chenel y oro: Estocada (palmas). Estocada (dos orejas).

 

 

 

Incidencias:

 

Última corrida de la Feria de Otoño de Madrid.

Al finalizar el paseíllo la sonaron los acordes del himno nacional.

La corrida se celebró dentro de un ambiente festivo.

Saludaron José Chacón y Jesús Arruga tras parear al quinto.

Ginés Marín salió a hombros por la puerta grande entre el delirio de la multitud.

 

 

 

Javier Bustamante

para Toro Cultura

 

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