Morante: el torero más culto de la historia
El tiempo en que los toreros surgían de las clases sociales más desfavorecidas impulsados por la necesidad y el hambre de gloria pasó ya. Las últimas generaciones de matadores integran a jóvenes instruidos, con formación media, e incluso a algunos graduados universitarios. Sin embargo no debe pensarse que la cultura es mero conocimiento. Es mucho más que eso. Existen decenas de definiciones de cultura homologables y casi todas tienen en común que es un concepto amplio que amalgama seis elementos: conocimientos, creencias, símbolos, tradiciones, estilos de vida y valores. Es indudable que la Fiesta tiene un profundo y extenso contenido en cada uno de los seis capítulos, lo que evidencia que el toreo es una manifestación cultural de monumental dimensión. Sin embargo no todos los toreros viven su profesión con la misma intensidad. De entre los que conforman el escalafón en el año 21 del siglo XXI hay uno que hará historia por su inspiración artística y por su vivencia de la cultura del toreo: José Antonio Morante de la Puebla. Puede afirmarse sin ambages que tenemos el privilegio de ser coetáneos del torero más culto de la historia.
Conocimientos extensos
Morante ha estudiado el arte del toreo como ninguno otro, conoce a los principales intérpretes, sabe de la evolución técnica de la lidia, estudia las bellas artes que florecen entrono al toreo, y perfecciona las suertes aportándoles la inspiración que emana de su propia figura. Conoce el apasionante viaje al pitón contrario de Belmonte, el toreo en redondo de Joselito, la ligazón de Chicuelo y el valor sereno de Manolete. Sabe de las esencias de Pepe Luis y de Manolo Vázquez, el aroma de Curro Romero, del toreo al compás de Rafael de Paula, y la inspiración de Aparicio. Estudia también el trazo de Goya y Picasso. Lee a García Lorca, a Blasco Ibáñez y a Bergamín. Valora el arte tridimensional de Benlliure, y disfruta del ritmo y el sentido de Antonio Álvarez, Ramón Roig y Manuel Rojas. En el año corriente ha tomado además la decisión de enfrentarse a reses de ganaderías diversas como Miura, Prieto de la Cal, Galache, Alcurrucén, Torrestrella, La Quinta o Puerto de San Lorenzo. Para afrontar voluntariamente este reto se precisa de un gran conocimiento del toro, sus instintos y comportamiento, que varía sustancialmente entre los diversos encastes. La listura de lo de Cabrera, la casta sostenida de Vega Villar, el temperamento de Santacoloma, la dureza de Vázquez, el tranco de los Núñez, y la frialdad que rompe en fuego de los toros de Atanasio exigen un amplio repertorio basado en el conocimiento. Su técnica, fruto del estudio y de la praxis continua, es asombrosa. Maneja las telas y los aceros con pureza. Interpreta cada suerte con personalidad clásica y recupera para los aficionados suertes perdidas, como el galleo del bú, o la larga a una mano de recibo.
Creencias profundas
Morante cree en el carácter mágico del toreo, cree en la trascendencia del arte, cree en el valor inmanente del clasicismo. Cree en la fiesta grave de cada tarde de luces, cree en la divinidad del toro, cree en su propio sacerdocio. Cree en el rito cruento de la corrida, cree que la plaza es un templo sagrado, y que el aire que allí se respira está impregnado de incienso. El credo de Morante es el reflejo de íntimas convicciones surgidas de las vivencias y del compromiso inquebrantable que tiene con el arte.
Símbolos vigorosos
Morante maneja como ninguno el simbolismo de la Fiesta. Se viste despacio con ternos de colores añejos y bordados alegóricos. Garbea quedo entre las notas del pasodoble, bebe de vasos benditos de plata. Gasta coleta de pelo natural, se peina como Paquiro y luce pañoletas como Costillares. Colecciona objetos que pertenecieron a grandes maestros, como el despacho que perteneció a Joselito, reliquias del santoral taurino. Fuma un puro al hacer el paseíllo evidenciado la confianza que tiene en su toreo. Regala ternos a las Vírgenes sevillanas para que luzcan bellos mantos, vive la Semana Santa como un cofrade.
Tradiciones ancestrales
Morante sabe que el arte clásico es insuperable y por eso mantiene su esencia y las tradiciones que lo envuelven. Se viste despacio en el hotel, en una ceremonia íntima, siempre en el mismo orden y al mismo ritmo. Sale del hotel andando con su cuadrilla y se detiene a rezar ante la virgen de la Caridad, como Pepe-Hillo. Se desplaza al coso en calesa, con botijo de barro natural en el techo, y cochero con látigo en el pescante. Luce en el viaje erguido, con rostro sereno, montera calada, capote de paseo sobre la pierna derecha, brazo en jarras y mirada larga. Quema una rama romero conjurado con su cuadrilla antes de salir, huye de la modernidad, pues cree que en el toreo está ya todo inventado, y no hay más que mirar a los clásicos. Morante cuida los detalles con esmero, se anuncia en carteles deslumbrantes que son obras de arte con reminiscencias románticas, viaja con esportones de cuero fino, empuña estoques de los mejores artesanos.
Estilos de vida edificantes
Morante vive en torero. Tiene casa grande en el campo, de estilo añejo, ama la naturaleza y la agricultura, conoce sus campos, ve crecer el cereal. Tienta vacas y becerras vestido de corto con zahones de cuero, monta a caballo con botos de Valverde del Camino y sombrero cordobés, reconociendo junto al ganadero la corrida que habrá de matar. Conoce el espliego, la jara y el encinar. Escucha la mirlo, observa a la cigüeña y a la golondrina. Mece sus sentidos en el rumor del Guadalquivir junto a los juncos y cañaverales.
Morante riega el ruedo vestido de luces entre lidia y lidia cuando lo encuentra seco, pinta las barreras de la plaza de Jerez para mejorar el marco de su obra, e inspira el modo en que ha de concebirse el ruedo de Las Ventas para facilitar la eclosión su arte.
Valores inmutables
Morante cree en los valores inmanentes del toreo, los cultiva y los muestra desde el albero cada tarde. Sabe que su dimensión ética es la principal aportación que el toreo puede hacer a la humanidad. Asume el riesgo máximo, pues se pasa los toros más cerca que nadie, sin arrebatos ni oropel, con verdad y arrojo, siempre con el propósito engendrar belleza. Vive con pasión cada tarde, cada faena, cada lance, pues el toreo es la esencia su vida. Muestra un alto compromiso con el arte. En el año que vivimos, especialmente difícil, con aforos y retribuciones reducidos, encabeza el escalafón, y se anuncia en plazas de segunda y tercera categoría si entiende que su presencia es necesaria para revitalizar la Fiesta. Tiene la estética por emblema, una estética clásica, con marchamo propio, a la que jamás renuncia. Busca lo bello, aunque sea difícil, aunque resulte improbable, aunque algunos no lo comprendan. Sabe que el mayor premio es su propia satisfacción, y la vivencia de una epopeya que le convertirá en leyenda.
Pasarán los lustros y llegarán toreos con mejor técnica, más osados, mejor vestidos, más populares, más eficientes, más regulares, más completos; pero no se vislumbra un torero más culto que José Antonio Morante de la Puebla. Tal vez nunca llegue a existir.
Javier Bustamante
Para Toro Cultura
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