Morante y Urdiales convierten el barro en mármol

Tres grandes artistas se dieron cita ayer en el centenario coso de Cuatro Caminos y se encontraron con una corrida de poca casta y menos trapío enviada por Juan Pedro Domecq. Los toros salían alegres de toriles, reconocían el escenario dando sucesivas vueltas al ruedo, comenzaban a claudicar desde el momento mismo que los lidiadores les exigían en los primeros lances, y ya no recobraban el ánimo en ningún momento. El ejemplo más evidente lo encarnó el primero, un ejemplar chico y pobre de cara que mostró una evidente invalidez, no tanto por falta de fuerzas, pues murió con la boca cerrada y aún tuvo tiempo de arrear con fuerza cuando sintió los pinchazos y la media estocada con que fue liquidado, sino por ausencia de casta. Parecía deprimido, al igual que los hermanos que fueron desfilando a lo largo de la tarde, variados en capas, mas con poca voluntad de pelea.

Afortunadamente los diestros actuantes tienen recursos para lidiar con este tipo de ganado, dada su tendencia a anunciarse con este hierro y similares, y compusieron pasajes de una enorme dimensión estética que convencieron al respetable. Hubo bellísimos pases, pero toreo más bien poco, al no haber casta ni bravura.

Morante de la Puebla, el torero más culto de la historia, apenas pudo dibujar el toreo en redondo en una serie lucida con su primero, el deprimido. Sin embargo en su segundo turno lidió con un jabonero que se puso gazapón y no le dejaba colocarse para los embroques. Y fue ahí donde surgió la magia del genio, acompañada con una técnica impecable para aprovechar la inercia del toro y engendrar bellísimos instantes, como los doblones por bajo con aroma a romero, y los naturales de frente con que culminó su faena. No hubo ligazón, ni series rematadas, pero el sabor del toreo añejo de Morante es ambrosía para el aficionado.

Diego Urdiales no hace lo que no siente, si bien ayer se vio obligado a ponerse bonito y a engendrar faena ante dos toros flojos y derrotados antes de tiempo. Su primero duró tres series por el pitón derecho y otra media por el izquierdo, por donde su embestida era más corta y defensiva. Se emplazó en las tablas y el espada hubo de estoquearlo literalmente tocando madera, pues el toro había incluso tirado una coz para que no le molestaran en su lugar de confort. El castaño que hizo quinto no fue mucho mejor, ya que incluso llegó a echarse mediada la faena, y fueron necesarios auténticos esfuerzos para poder igualarlo y estoquearlo con eficacia. Sin embargo hubo pasajes del toreo cristalino habitual en este torero, especialmente al natural, con el desmayo y abandono al que tiene acostumbrada a la afición.

Juan Ortega pechó con un lote diverso, pues su primero era de una acusada debilidad, y el cierraplaza dimitió pronto y se puso a la defensiva  con medias embestidas y tornillazos de cortesía. Acompañó con suaves caricias la escasa pujanza del primero y porfió naturales y redondos ante su descastado segundo, dejando la impronta de un toreo clásico, de ajustadas verónicas y doblones de cante grande.

La tarde acabó en gran éxito con dos artistas saliendo izados a hombros por la puerta grande. Dos artistas que además de la magia que habita sus muñecas, dieron una lección de técnica para aprovechar medias embestidas, y de disposición para esculpir obras de arte sobre un mármol que hace tiempo que dejó de ser noble. Ayer sobre las parduzcas arenas del coso de Cuatro Caminos, se produjo el milagro de Santander, que consiste en convertir el barro en mármol. El ganadero debería erigirles un monumento a la entrada de su finca.

Reseña:

Plaza de toros de Cuatrocaminos de Santander. Lunes 25 de julio de 2022. Más de tres cuartos del aforo cubierto en tarde nubosa.

Seis toros de Juan Pedro Domecq de escaso trapío, brochos y cornicortos, en capas negras, castañas y jaboneras.

Primero: Negro, chico y cornicorto. Un puyazo duro corneando y empujando. Inválido, no por falta de fuerza sino de casta. Bronca en el arrastre.

Segundo: Negro, sin trapío, protestado por el público. Un picotazo y un puyazo al arrancarse de largo. Noble, pronto y repetidor, claudica pronto yéndose a tablas incluso tirando una coz. Pitos.

Tercero: Castaño, brocho y cornicorto. Un picotazo empujando saliendo huido hacia toriles. Flojo y manso. Silencio.

Cuarto: Jabonero, pobre de cornamenta. Un puyazo arriba empujando. Pronto, noble y gazapón. Aplausos en el arrastre.

Quinto: Castaño, con volumen y poca cara. Un picotazo. Flojo y descastado, se echa durante la faena de muleta. Pitos.

Sexto: Negro, con alzada y caja, pobre de cara. Dos puyazos, uno en toriles. Pronto y alegre, claudica muy pronto. Descastado con muerte de bravo. Silencio.

Morante de la Puebla, de obispo y azabache: Dos pinchazos y media estocada (silencio). Estocada saliéndose de la suerte (dos orejas).

Diego Urdiales, de verde hoja y oro: Estocada de mérito pegado a tablas (oreja). Estocada caída (oreja).

Juan Ortega, nuevo en esta plaza, de purísima y oro: Estocada caída (ovación y saludos). Pinchazo y estocada trasera desprendida (ovación y saludos).

Incidencias:

Al finalizar el paseíllo la banda de música interpretó el himno nacional con el público puesto en pie.

Juan Ortega hizo el paseíllo desmonterado, pues se presentaba en Santander.

La Sultana del Norte lucía bellísima engalanada con banderas y guirnaldas.

Mucho público joven en los tendidos.

Mientras Diego Urdiales daba la vuelta al ruedo mostrando la oreja conseguida un gallo saltó de los tendidos y anduvo durante varios minutos esquivando a areneros y subalternos, hasta que fue reducido por la cuadrillas.

Morante de la Puebla y Diego Urdiales salieron a hombros por la puerta grande.

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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