Sexto vector: valores
«En su acepción más básica un valor es una cualidad de una persona. El valor del torero se identifica con la valentía, con la capacidad para sobreponerse al miedo y afrontar los retos de la lidia con determinación.
Los valores tienen aún más brillo. Son principios de alto rango que serán respetados en cualquier circunstancia, por muy adversa que sea. Los valores del toreo son universales, pues se funden con la más exquisita esencia humana, y trascienden del arte de torear para proyectarse con nitidez en los actos humanos, desde el más simple al más elevado.
Los valores no se discuten, no se negocian, no se imponen, no se compran ni se venden, no se exhiben, no se envidian ni se acomodan.
Los valores no se desgastan con la práctica, antes al contrario, su ejercicio los afianza y engrandece, pues modulan la conducta y crean hábitos de actuación cotidiana.
Los valores son sólidos, atemporales y trascendentes; se descubren, se asumen y ya está el perfil de la persona cincelado para los restos.
Quien disfruta de un código de valores decide rápido y decide bien, pues son la guía más locuaz y más valiosa para regir el comportamiento.
El albero es un escenario proverbial para representarlos y mostrarlos al mundo en una obra transcendente que dura lo que un atardecer. El cónclave se da cita para asistir a un ritual ancestral en el que un simple mortal se enfrenta a una divinidad secular, asumiendo su inferioridad física, mas aplicando el valor y el ingenio para afrontar una pugna desigual.
En este itinerario habrán de respetarse muchos principios y mostrar muchas virtudes, pues la lidia no es una batalla descarnada, sino que está regida por unas normas, escritas en parte, e implícitas en otra.
Los espectadores son partícipes de la ceremonia, y en su más íntimo pálpito, acuden a refrendar y perpetuar un código de valores que admiran y quisieran compartir.
El oficiante es ensalzado por su condición de guerrero y artista al mismo tiempo, si bien no se transigirá con actitudes contrarias a la ética del toreo, y será recriminado con dureza un comportamiento contrario a las normas, más allá de su condición de maestro.
El aficionado cabal no acude a la plaza a festejar ni a observar un espectáculo deslumbrante, que lo es, sino que siente un profundo compromiso con un estilo de vida apasionante del que se sabe partícipe y quiere contribuir a preservar. El aficionado encuentra en el ruedo la representación perfecta del mundo con todos sus contrastes; el sol y la sombra, la fuerza bruta y la astucia, el valor y el miedo, el silencio respetuoso y la música festiva, la bisoñez y la experiencia, el tedio y la euforia, los bordados en oro y la sangre venosa, los aromas de perfumes caros y el hedor de los caballos, el tiempo y el espacio, lo previsto y lo sobrevenido, la gloria y la tragedia, la vida y la muerte. Ésta hermosa metáfora muestra de forma descarnada al hombre ante la naturaleza, que sólo querrá doblegar aplicando un sofisticado código de valores inherente a la Tauromaquia. Es la apología del triunfo justo e improbable, ganado de un modo sagrado, que causa una profunda admiración.
Ignorar los valores del toreo es tanto como ignorar la esencia misma de la Tauromaquia. Difundirlos al mundo es la misión más trascendente que pueda realizarse, y la aportación de mayor dimensión que el toreo puede hacer a la humanidad. Cualquier ser que aúne capacidad para superar el instinto, pasión por su actividad, humildad, respeto, perseverancia, fervor por la estética, determinación para superar la adversidad, concentración, compromiso, capacidad de visualizar del resultado, furor por la libertad, y disposición para afrontar los riesgos, por elevados que sean, será admirado en cualquier foro y tenido por paradigma de grandeza. Ésta es exactamente la exigencia del toreo. Éste es exactamente el perfil de los toreros comprometidos»
Extracto del libro «Iván Fandiño, valor y valores»
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