Tardes de soledad

El documental de Albert Serra, premiado con la Concha de Oro en el festival de San Sebastián, ha sido recientemente estrenado en las salas comerciales, mostrando a una figura, como es Andrés Roca Rey, afrontando tardes de toros en cosos importantes, como Madrid, Sevilla, Bilbao o Santander.

Desde el punto de vista de la difusión de la Fiesta es una buena noticia que los principales cines de España acojan un largometraje que aborde la tauromaquia con un enfoque moderno, empleando tecnología de vanguardia, dando la oportunidad a millones de personas de conocer la visión del toreo de un director ajeno por completo al sector.

El intento es plausible, e incluso aporta en el ámbito positivo la espectacularidad de las imágenes tomadas en planos cortos que hacen sentir la emoción y el riesgo inherente a la lidia. El sonido es sobrecogedor, especialmente en lo referente a la respiración y bramido del toro, tanto como el impacto de sus pezuñas sobre la arena y el estruendo de las cornamentas al topar con barreras y petos. Resulta interesante el reflejo del ritual previo y posterior a la corrida, mezcla de religiosidad y superstición, pulcro y sereno, silencioso por fuera y estridente por dentro, lento y urgente, vital y trágico a la vez. Lo mismo que los viajes hacia el coso de la cuadrilla ya petrechada, de denso silencio, y los de vuelta al hotel o al hospital, en los que la euforia que provoca la supervivencia se plasma en voces y paravienes. Pocos aficionados han podido vivir con la cercanía que otorga la gran pantalla esos instantes íntimos y emocionales.

Parece evidente que el director no pretende transmitir más mensaje que el indicado en el título, la soledad a veces silenciosa, a veces estruendosa del que se viste de luces con hilo de oro.

Sin embargo el acontecimiento taurino y el trance del matador, seguido por las cámaras durante tres temporadas, tiene una dimensión mucho mayor de la que bien podría haberse dado cuenta en las más de dos horas de producto:

– No se muestra conversación alguna del maestro, más allá de las convencionales con la cuadrilla o las funcionales en el ruedo el plena lidia. La consecuencia es la falta de definición del perfil y el pensamiento del torero. Es seguro que a los espectadores les hubiera convenido manejar esos estímulos para compreneder la verdad del toreo. Un diálogo de Roca Rey con su apoderado, con algún aficionado de ley, con algún amigo íntimo tendría un alto valor.

– Por contra existe una sobreactuación de los miembros de su cuadrilla, abusando del elogio fácil, con frecuencia injustificado, más cercano a la adulación que al análisis constructivo. Tanto es así que la voz del documental es la de sus banderilleros, especialmente la de Antonio Chacón.

– Queda lamentablemente velado uno de los activos, quizá el mayor, del joven diestro que es el carisma, la atracción magnética que genera, no sólo por su físico, sino también por lo que siente y piensa, y por el modo en que lo transmite.

– No se muestra la ejecución de las suertes, pues los planos cortos centrados en el rostro de los toreros y el perfil de los toros, impiden observar los movimientos, pases y embroques, por lo que no se aprecia la dimensión artística del toreo.

– Pese a ser un capotero solvente y variado no se exhibe capotazo alguno del maestro al margen de alguna verónica de recibo de tanteo sin la menor pretensión estética.

– Tampoco se muestran lances ni pases de rodillas, seña de identidad del diestro. El instante de un pase cambiado en el platillo o los prolegómenos de largas cambiadas a porta gayola dotarían de la épica consustancial al estilo de Roca Rey y enfatizarían aún más la soledad que se siente en los medios y ante chiqueros.

– La mística del toreo va mucho más allá de las imágenes tomadas en la habitación del hotel o en la furgoneta de la cuadrilla, para entrar de lleno en el santoral, la imaginería, las oraciones, los malos sueños, los despertares inciertos, los pensamientos postreros, las emociones a flor de piel en el patio de cuadrillas, las supersticiones, el modo de liarse el capote de paseo, la manera de garbear en el paseíllo y los demás ritos propios de cada matador.

En suma puede afirmarse que el documental tiene interés por la espectacularidad de las imágenes y el sonido, por su contenido costumbrista, y por acercar las cámaras al mundo abigarrado y mágico del toreo, si bien falta profundidad y el minutaje no se optimiza abordando los conceptos subordinados a la idea central de la soledad del torero.

 

Javier Bustamante

para Toro Cultura

 

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