Claudicación aparente

Un ambiente espectral envolvía el hormigonado multiusos desde que, por la mañana, se supo que Cayetano no comparecería en el coso vitoriano afectado de un ataque de lumbalgia, y sería Ginés Marín quien completaría el cartel. La luz indirecta de la mañana bruñía brillos acerados en la fachada del recinto y el grave tañido de los cencerros de los cabestros ponían el contrapunto al lánguido sonido de una charanga lejana.

Los hombres de confianza de los matadores sorteaban los lotes y en ese instante se supo que Lisongero, un toro negro carifosco de Valdefresno de media tonelada, cerraría la feria, y muchos pensaron, aún sin decirlo, que tal vez también la historia de la Tauromaquia en esta plaza.

Los instantes previos a la lidia se vivieron en el patio de cuadrillas con la tensión mística del trascendente instante, mas envueltos en un silencio denso, premonitorio del drama que amenazaba a una feria herida de muerte desde que, decenios atrás, el coso entrara en un laberinto de despropósitos que aboca a la salida que ayer tomó.

Puede hablarse del toreo fácil y trigonométrico de Perera, que domina a los toros con científica precisión hasta que les gana todo el terreno y los conduce a su antojo por donde más le apetece, con tal suficiencia que parece que torear es una futilidad.

Puede hablarse del arrojo de Joselito Adame, matador tocado por un estilo propio, a veces sobrio, otras barroco, mas siempre dispuesto a hacer de la lidia un espectáculo vital.

Podrá hablarse también de la sincronía del toreo de Ginés Marín, que ayer se fajó con un manso y bello toro carbonero, aplicando distancias y terrenos propicios, administrado con temple la desabrida pelea que exigía, hasta el punto de ofrecer las estampas más gallardas de la tarde.

Mas ese no era tema de conversación, pues los tendidos y el callejón asistían a la lidia con gesto afligido y la sensación de que el rito había de celebrarse por el compromiso que la empresa había contraído con la afición, pero nada de lo que allá ocurriera podría revertir la situación.

Areneros y monosabios añadieron nuevas dosis al desánimo imperante ensayando un saludo a modo de despedida desde en centro del ruedo cuando doblaron los toros cuarto y quinto, tal vez buscando un instante de gloria fácil o una foto que mostrar a la familia, sin reparar en el nefasto contenido del mensaje.

Una vez finalizada la función, cuando Lisongero había rendido ya la poca bravura que albergaba, saltaron al ruedo cinco decenas de aficionados portando una pancarta en la que se leía “Prohibido prohibir”, lema que, si bien se mira, es una aberración conceptual.

La exigua afición vitoriana, maltratada a lo largo de la historia, afronta una situación insólita, pues no parece sencillo que en 2017 se programe toreo en el baluarte del norte. Es la hora del cálculo político y del balance económico. Es momento de hablar de avales, prórrogas en el contrato de concesión y de nuevos concursos. La continuidad de la tradición taurina en la Atenas del Norte es improbable, pero posible si se supera el desánimo y se evita la resignación. Esta contienda puede ganarse y puede perderse, pero ha de librarse con la intensidad que el crítico momento requiere, como consagran los valores de la Tauromaquia.

Sin claudicar.

 

Reseña:

 

Multiusos de Vitoria, siete de agosto de 2016, un tercio de plaza en tarde calurosa.

Toros de Valdefresno y Fraile Mazas (tercero y cuarto), con trapío, mansos y descastados.

 

Miguel Ángel Perera, de azul marino y oro: Estocada caída trasera (oreja); Estocada trasera y un golpe de descabello (oreja tras dos avisos)

 

Joselito Adame, de caña y oro: Estocada en la suerte de recibir (ovación y saludos); Estocada (oreja)

 

Ginés Marín, de coral y oro: Gran estocada y tres golpes de descabello (ovación tras dos avisos); Tres pinchazos hondos y un golpe de descabello (vuelta al ruedo tras aviso)

 

Incidencias: Ginés Marín sustituía a Cayetano, atacado de lumbalgia según pudo saberse en la mañana.

 

 

Javier Bustamante

para Toro Cultura

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